Mi familia y yo nos sentamos en silencio alrededor de una
pequeña mesa de madera, redondeada y cálida, pero que a mí se me hace fría,
demasiado pequeña, incómoda. La lámpara nos ilumina desde arriba, haciendo
de nosotros algo parecido a un cuadro de Van Gogh, con sus mismas expresiones,
rasgos duros y tristes.
Solo se oía el tintineo de los cubiertos en los platos, en un ambiente crudo y tenso,
pero también cansado y triste.
Levanto la vista con disimulo para mirar a la familia en la
que me he criado. EL foco cenital acentúa los rasgos cansados de mi madre, sus
ojeras, sus arrugas, los profundos surcos que cruzan su frente, como huellas
del tiempo, de la experiencia.
Mi padre, mientras, con el mentón bajo y los nudillos
blancos, come, despacio, obviamente con la mente en otro lugar, preocupado y
apretando los labios.
Las miradas de mi hermano y mía se cruzan, y noto como
intenta ocultar sus ojos, rojos, hinchados, y acuosos. Le tiembla el labio. Y ya ha empezado con su
tic de mordérselo para parar el temblor que delata sus sentimientos. Va a
llorar.
Durante un momento me veo reflejada en él, un niño con miedo
que se da cuenta de que ha vivido engañado, metido en una burbuja, obstinado en
salir de ella, y, una vez fuera, derrotado ante una realidad que le viene
demasiado grande. Justo como a mí.
Subo a mi habitación tras una cena silenciosa, muda, y
después de cerrar el pestillo, me refugio entre las sábanas.
De nuevo, me da un ataque de rabia, y me niego a aceptar mi
realidad. Presa de la furia, y aún consciente de la inmadurez de mi reacción,
salgo de la cama, silenciosa. Abro la ventana con cuidado y la cierro tras de
mí. Me deslizo por el tejado, apenas alto, y salto al suelo, no sin cierto
dolor de tobillos por la caída. Me alejo
de la que ahora es mi casa, sin saber muy bien qué rumbo tomar. Qué carajo, no
tengo ni idea. En poco tiempo, llego a un parque. Me pongo la capucha y me
siento en uno de los bancos que están sumidos en la oscuridad, por si acaso
pasan por aquí los Civiles. Después de mirar a ambos lados, saco de mi bolsillo
un Malboro Mentolado. Ah, cuánto lo
necesitaba. Llevaba sin probarlos varios
meses, pero hoy, lo necesitaba. Con un
leve titubeo, me lo coloco entre los labios, e intento torpemente encenderlo
con un mechero barato, que apenas
tiene gas, pero sirve para
encenderlo.
Doy una calada profunda, y suelto el aire, cerrando los ojos
con fuerza.
-¿En serio? ¿Un mechero de marca blanca?-Suena una voz
sarcástica, con un estúpido acento londinense, casi en mi oído.
Levanto la mirada, asustada, y casi pierdo el equilibrio. Un
chico está inclinado, casi sobre mí, con una mirada curiosa y a la vez
sarcástica, irónica e incluso prepotente.
-Ten, toma, prueba mi Jack Daniel’s, está hecho en París,
con el mejor gas del continente.-Dice el
chico, sacando el mechero de plata de su sudadera, blanca y ancha, y lo
enciende con un leve movimiento de
muñeca.
Reacciono rápido, y aparto su mano de enfrente de mí.
-No necesito tu mechero de plata, imbécil. Lárgate.
Pero el chico no se mueve. Aprovecho, y me fijo más en él.
Lleva converse, unos vaqueros rasgados , y la capucha sobre su pelo negro,
largo y revuelto. Una mirada desafiante
y una media sonrisa, retándome.
-No estoy para bromas, chico. Enserio, lárgate.
Se sienta a mi lado, a una distancia prudente, incomodándome
aún más. Me alejo con disimulo, pero él sigue mirando al frente, calmado.
-¿Problemas con tu churri?- Dice, despacio.
Le miro con cara de incredulidad, y le enseño el dedo
corazón. Su única respuesta, una risa suave, que se me antoja incluso triste.
-Es la familia entonces.- Siento una puñalada de dolor. Ha
dado en el blanco.
-A tí eso no te importa.-Digo, intentando sonar tranquila,
evadiendo la realidad. –Ahora vete y
déjame terminar mi cigarrillo en paz.
-Si no quisieras
contárselo a alguien, ya te habrías ido.
Nada más oírlo, sé que tiene razón. Me molesta que un desconocido me conozca más
que yo misma. Y las palabras, ante un estímulo como éste, salen solas.
-Es mi jodida familia. Yo tenía una vida perfecta, ¿sabes?
Tenía novio, amigas, y una alucinante vida social por una maldita vez. Y me lo
han quitado. Me han hecho mudarme a este asco de barrio, solo para quitarme mi
vida, ¿sabes lo que me costó que James
se fijara en mí? Lo han hecho solo para fastidiarme, lo sé. Los odio.-Termino,
casi atropelladamente, con un suspiro de resignación.
No me molesto en mirar al chico. Siento su mirada en mí.
-¿Cómo puedes ser tan estúpida?-le miro, atónita. Su mueca
es de asco, notable aún con su perfecta pronunciación, y su cara de
incredulidad. -¿Sabes lo que daría yo por tener una familia como la tuya?
De nuevo, un detonante para mí.
-¿Una familia como la mía? ¿Que te quita tu vida sin ninguna
razón? Oh, sí, tómala. Toda para ti. –Digo, dando otra calada al cigarro entre
mis dedos.
-No, una familia que cuida de ti, que te protege y evita que
la niña de mamá y papá –dice poniendo una estúpida voz de pito- sufra el más
mínimo rasguño. Enserio, ojalá supieras
lo que tienes. Pero no lo sabrás hasta que lo pierdas. Despierta, estúpida niña mimada. Ven a la
realidad de una maldita vez.
Me deja anonada por su carácter enfurecido, , tanto, que
apenas puedo moverme o reaccionar cuando veo que tira de su capucha hasta
taparle los ojos, y con los labios
apretados, se da media vuelta y se marcha a paso ligero, quedando oculto entre
las sombras.
Estupefacta, me quedo un rato en silencio, mirando a la
nada, reflexionando sobre sus palabras, que para mí no tienen ningún sentido.
Así, el cigarrillo acaba por consumirse entre mis
dedos, y, perdida la noción del tiempo
en aquel banco, decido volver a mi casa, a paso lento, aún reflexionando.
Ya en mi cama, me da por pensar una última vez en el
encuentro con el extraño chico encapuchado.
No le doy muchas vueltas al hecho de que estuviera allí tan tarde, ni a
que empezara a hablarme, probablemente él venía de casa de alguna chica y
simplemente se aburría. Lo que no me deja dormir son sus palabras. Lo que ha
dicho sobre mi vida… sobre mi “falsa realidad”… Y durante un momento no puedo
evitar preguntarme si tendrá razón.
Los rostros de mi gente pasan por mi mente. James, mis
amigas, la gente de mi instituto, mi gente, mi círculo… Y por último, veo a mi
familia, ensombrecida por mi realidad idílica, con sus rostros cansados, sus
miradas de tensión, de angustia, de rendición… Y detrás de ellos me veo a mí,
ignorante, siempre metida en su burbuja, protegida de la realidad con una
máscara de mentiras bonitas, de gente falsa. Todo ha sido una gran mentira.
Levanto la vista poco a poco, a medida que empiezo a ver las
cosas de otra manera.
Cómo he podido ser tan ingenua.
Y me sumerjo en un sueño poco profundo, poblado de rostros
confusos, realidades alternativas, y un Jack Daniel’s cuya mecha se acerca
peligrosamente a mí.
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