jueves, 27 de marzo de 2014

Sobre cambiar.

Buenos días a quien quiera que esté tras esta pantalla, ya porque yo misma le haya obligado a estarlo o por mera casualidad. (Si es por casualidad, quédate un poquito, y husmea por aquí, anda) Ya que dudo bastante que alguien esté aquí por placer propio.
Hoy me gustaría hablaros de la sociedad. Bueno, me centraré más bien en mis generaciones cercanas, que es a las que más conozco. ¿Qué porqué hoy? No lo sé. Podría decir que porque me ha pasado algo horrible en relación a ello, que me han hecho bulling o que he vuelto a comprobar lo diferente que soy. Pero es que eso lo compruebo todos los días. Digamos, que hoy no tenía nada que hacer.
Vale. Para que comprendáis mi opinión de la sociedad actual, tengo que remontarme varios años atrás, (a lo Lazarillo de Tormes) cuando estaba en primaria y esas cosas.
Vamos a ver, puedo intentar embellecer la realidad, puedo usar las palabras para hacer que parezca peor de lo que es, o mejor, como los políticos o los periódicos. Pero intentaré narrarlo con la mayor objetividad con la que una persona puede narrar su ardua infancia.
Empecemos por el principio.
Yo siempre he sido diferente. Lo he sido, lo soy, y siempre lo seré. La única diferencia ente el antes y el ahora es que por fin lo he aceptado, por fin me he aceptado a mí misma y he dejado de intentar cambiarme para que me aceptaran.
Ha sido el mayor cambio de mi vida.
Antes era muy, muy MUY tímida. Sufría la timidez hasta límites insospechados, y por eso comprendo y apoyo a la gente que es como yo. Con ellos me siento como en intimidad, como si compartiéramos un secreto que nadie más sabe. Y, la verdad, es que sí que lo compartimos. Los tímidos sabemos que la llave del cambio está en nosotros mismos. Yo la he encontrado, pero por supuesto, tengo que decir y aceptar que ha sido lo más duro que he tenido que hacer. Y esto, amigos, sólo lo sabemos los tímidos.

Desde hace dos años, la gente me felicita, y me mira con orgullo. Me dicen: Has cambiado muchísimo. Y yo lo sé. Pero ellos nunca lo entenderán. Nadie lo entiende. Sólo nosotros.
Y es que nadie sabe el esfuerzo que un tímido tiene que hacer para sonreír cada día, lo que cuesta arrancar cada una de las palabras de la garganta. Nadie sabe la angustia que se siente al estar acomplejado por la sociedad, al sentir que te señalan con el dedo,  al saberse, no diferente, sino raro, extraño, inferior. Es muy, muy doloroso.

Y repito una vez más, y así lo haré hasta desgañitarme, que el secreto está en nosotros mismos. Para hacéroslo entender, qué mejor que narrar mi propia evolución.
Antes, yo me sentaba en un rincón, y nunca me recogía el pelo, porque sobre la cara me transmitía más seguridad, sé que es ridículo, pero lo único que yo pensaba era “si no los veo, no me ven. Si no hago ruido, no me ven”. Me costaba horrores entablar una conversación, y cada vez que alguien se acercaba a mí me inundaba una ola de pánico. Cuando quería sonreír, me obligaba a no hacerlo, porque mi sonrisa en el espejo me resultaba grotesca, como dibujada en mi cara por un niño pequeño, no me parecía una sonrisa digna de los demás, así que la escondía.
Nadie sabe lo duro que es querer hablar, desear con todas tus fuerzas ser natural, pero que haya un muro que te incomunique, que te aísle. Nadie sabe la frustración que uno siente al no poder si quiera despegar los labios. Hasta que te das cuenta de que ese muro te lo has puesto tú mismo, y que tú mismo puedes saltar.
La sensación es horrible. Imaginaos desnudos, pequeños y encogidos en un suelo frío e impoluto. Imaginaos que un grandísimo foco que se pierde en la oscuridad os iluminase en picado, dejando al descubierto todas y cada una de vuestras imperfecciones, vuestros fallos, como si cada paso en falso fuera anotado por un tribunal escondido tras un cristal tintado.
Pero bueno, basta ya de deprimir al personal, ahora llega, sí, lo más difícil, la cuesta de la montaña.
Lo primero que voy a hacer es dejar bien claro que no soy una excepción. Sí, yo cambié, pero me costó muchísimo. Cada día, aunque ni siquiera deseara despertarme, tenía que levantarme y abrir la boca en una mueca lo más parecida a una sonrisa posible. Tenía que esforzarme y comentar cosas idiotas, sin sentido, todo fuera por entrenarme en la capacidad de hablar. Tenía que sonreír a la gente caminar derecha, mirarme en el espejo y sentirme bien conmigo misma. Y me costó. Muchísimo.
Pero poco a poco, las sonrisas se fueron volviendo más naturales y espontáneas. La cortina que era mi pelo volvió a ejercer su función de pelo, y ahora lo llevo de cualquier manera sin preocuparme demasiado de mi aspecto. Ahora camino orgullosa, por el centro del pasillo en vez de por los extremos, sonriendo a la gente sin miedo a ser fea o guapa. Ahora me río con carcajadas frescas, pongo muecas a la gente que me mira desde la otra punta de la clase, y, de lo que más orgullosa estoy, es de que lo hago porque me apetece, y no por contentarles.
Ésta soy yo, ésa ha sido mi vida, y el mayor giro que ha dado.
Espero que mi historia, que esto ayude a alguien, como me ayudó a mí una vez. y si hay algún tímido leyendo esto que se haya sentido identificado, me gustaría hablarle de tímido a tímido. Levántate una mañana, salta de la cama, y di: voy a comerme el mundo. Sonríe aunque te duela. No hay ningún tribunal que juzga nuestros errores. Nosotros mismos ponemos los límites, y nadie, repito NADIE más.
Y, una última cosa que ha cambiado mi vida, y espero que ayude a más gente.
 LA LLAVE ESTÁ EN TI.


2 comentarios:

  1. Saludos Helena, la verdad me he sentido un poco identificado, yo soy tímido, muy tímido, con desconocidos, con los que me conocen no lo soy, ya que puedo ser quien soy sin temores de rechazos. No sé en que medida, pero pasé por algo parecido a lo tuyo.
    Puedes intentar encajar mejor en la sociedad, pero no dejes de ser quien eres.
    No sé si has leído esto: http://lasletrasdelgilo.blogspot.mx/2013/08/ser-tu-mismo.html
    Un abrazo Helena

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, ya lo leí, y estoy muy muy de acuerdo en cuanto a ser tú mismo, pese a a veces tener que hacer la dura decisión de ser tu mismo y no tener demasiados amigos, pero verdaderos, a ser todo corteza, y tener muchos amigos, que también son falsos. Sí, supongo que ambos preferimos una triste verdad que una mentira bonita.

      Eliminar