Buenos días a quien
quiera que esté tras esta pantalla, ya porque yo misma le haya obligado a
estarlo o por mera casualidad. (Si es por casualidad, quédate un poquito, y
husmea por aquí, anda) Ya que dudo bastante que alguien esté aquí por placer
propio.
Hoy me gustaría hablaros
de la sociedad. Bueno, me centraré más bien en mis generaciones cercanas, que
es a las que más conozco. ¿Qué porqué hoy? No lo sé. Podría decir que porque me
ha pasado algo horrible en relación a ello, que me han hecho bulling o que he
vuelto a comprobar lo diferente que soy. Pero es que eso lo compruebo todos los
días. Digamos, que hoy no tenía nada que hacer.
Vale. Para que
comprendáis mi opinión de la sociedad actual, tengo que remontarme varios años
atrás, (a lo Lazarillo de Tormes) cuando estaba en primaria y esas cosas.
Vamos a ver, puedo
intentar embellecer la realidad, puedo usar las palabras para hacer que parezca
peor de lo que es, o mejor, como los políticos o los periódicos. Pero intentaré
narrarlo con la mayor objetividad con la que una persona puede narrar su ardua
infancia.
Empecemos por el
principio.
Yo siempre he sido
diferente. Lo he sido, lo soy, y siempre lo seré. La única diferencia ente el antes
y el ahora es que por fin lo he aceptado, por fin me he aceptado a mí misma y
he dejado de intentar cambiarme para que me aceptaran.
Ha sido el mayor cambio
de mi vida.
Antes era muy, muy MUY
tímida. Sufría la timidez hasta límites insospechados, y por eso comprendo y
apoyo a la gente que es como yo. Con ellos me siento como en intimidad, como si
compartiéramos un secreto que nadie más sabe. Y, la verdad, es que sí que lo
compartimos. Los tímidos sabemos que la llave del cambio está en nosotros mismos.
Yo la he encontrado, pero por supuesto, tengo que decir y aceptar que ha sido
lo más duro que he tenido que hacer. Y esto, amigos, sólo lo sabemos los
tímidos.
Desde hace dos años, la
gente me felicita, y me mira con orgullo. Me dicen: Has cambiado muchísimo. Y
yo lo sé. Pero ellos nunca lo entenderán. Nadie lo entiende. Sólo nosotros.
Y es que nadie sabe el
esfuerzo que un tímido tiene que hacer para sonreír cada día, lo que cuesta
arrancar cada una de las palabras de la garganta. Nadie sabe la angustia que se
siente al estar acomplejado por la sociedad, al sentir que te señalan con el
dedo, al saberse, no diferente, sino
raro, extraño, inferior. Es muy, muy doloroso.
Y repito una vez más, y
así lo haré hasta desgañitarme, que el secreto está en nosotros mismos. Para
hacéroslo entender, qué mejor que narrar mi propia evolución.
Antes, yo me sentaba en
un rincón, y nunca me recogía el pelo, porque sobre la cara me transmitía más
seguridad, sé que es ridículo, pero lo único que yo pensaba era “si no los veo,
no me ven. Si no hago ruido, no me ven”. Me costaba horrores entablar una
conversación, y cada vez que alguien se acercaba a mí me inundaba una ola de
pánico. Cuando quería sonreír, me obligaba a no hacerlo, porque mi sonrisa en
el espejo me resultaba grotesca, como dibujada en mi cara por un niño pequeño,
no me parecía una sonrisa digna de los demás, así que la escondía.
Nadie sabe lo duro que es
querer hablar, desear con todas tus fuerzas ser natural, pero que haya un muro
que te incomunique, que te aísle. Nadie sabe la frustración que uno siente al
no poder si quiera despegar los labios. Hasta que te das cuenta de que ese muro
te lo has puesto tú mismo, y que tú mismo puedes saltar.
La sensación es horrible.
Imaginaos desnudos, pequeños y encogidos en un suelo frío e impoluto. Imaginaos
que un grandísimo foco que se pierde en la oscuridad os iluminase en picado,
dejando al descubierto todas y cada una de vuestras imperfecciones, vuestros
fallos, como si cada paso en falso fuera anotado por un tribunal escondido tras
un cristal tintado.
Pero bueno, basta ya de
deprimir al personal, ahora llega, sí, lo más difícil, la cuesta de la montaña.
Lo primero que voy a
hacer es dejar bien claro que no soy una excepción. Sí, yo cambié, pero me
costó muchísimo. Cada día, aunque ni siquiera deseara despertarme, tenía que
levantarme y abrir la boca en una mueca lo más parecida a una sonrisa posible.
Tenía que esforzarme y comentar cosas idiotas, sin sentido, todo fuera por
entrenarme en la capacidad de hablar. Tenía que sonreír a la gente caminar
derecha, mirarme en el espejo y sentirme bien conmigo misma. Y me costó.
Muchísimo.
Pero poco a poco, las
sonrisas se fueron volviendo más naturales y espontáneas. La cortina que era mi
pelo volvió a ejercer su función de pelo, y ahora lo llevo de cualquier manera
sin preocuparme demasiado de mi aspecto. Ahora camino orgullosa, por el centro
del pasillo en vez de por los extremos, sonriendo a la gente sin miedo a ser
fea o guapa. Ahora me río con carcajadas frescas, pongo muecas a la gente que
me mira desde la otra punta de la clase, y, de lo que más orgullosa estoy, es
de que lo hago porque me apetece, y no por contentarles.
Ésta soy yo, ésa ha sido
mi vida, y el mayor giro que ha dado.
Espero que mi historia,
que esto ayude a alguien, como me ayudó a mí una vez. y si hay algún tímido
leyendo esto que se haya sentido identificado, me gustaría hablarle de tímido a
tímido. Levántate una mañana, salta de la cama, y di: voy a comerme el mundo.
Sonríe aunque te duela. No hay ningún tribunal que juzga nuestros errores.
Nosotros mismos ponemos los límites, y nadie, repito NADIE más.
Y, una última cosa que ha
cambiado mi vida, y espero que ayude a más gente.
LA LLAVE ESTÁ EN TI.
Saludos Helena, la verdad me he sentido un poco identificado, yo soy tímido, muy tímido, con desconocidos, con los que me conocen no lo soy, ya que puedo ser quien soy sin temores de rechazos. No sé en que medida, pero pasé por algo parecido a lo tuyo.
ResponderEliminarPuedes intentar encajar mejor en la sociedad, pero no dejes de ser quien eres.
No sé si has leído esto: http://lasletrasdelgilo.blogspot.mx/2013/08/ser-tu-mismo.html
Un abrazo Helena
Sí, ya lo leí, y estoy muy muy de acuerdo en cuanto a ser tú mismo, pese a a veces tener que hacer la dura decisión de ser tu mismo y no tener demasiados amigos, pero verdaderos, a ser todo corteza, y tener muchos amigos, que también son falsos. Sí, supongo que ambos preferimos una triste verdad que una mentira bonita.
Eliminar