Toc, toc, toc.
La alborotada cabellera
de mi hermano mayor, Nico, asoma por la puerta, seguida de sus ojos curiosos
pero cansados, y una sonrisa triste.
-Pasa.
Nico camina, encorvado
como siempre, como acomplejado por su altura, por mi habitación. Se sienta en
la cama, a mi lado, y me quita los cascos de las orejas con cuidado.
Le miro a los ojos un
momento, pero no le detengo.
-A veces el silencio
también es necesario.-Me dice. Se tumba, cerca de mí, y los dos miramos al
techo. Un techo blanco y frío, que noto algo más familiar, porque Nico está
aquí. Entre nosotros hay complicidad, un silencio lleno de recuerdos, de
secretos, de confidencias y miradas furtivas, de risitas tímidas y carcajadas
limpias.
Y por un momento, volvemos a ser los niños que
fuimos varios años atrás.
-¿Te acuerdas de cuando
nos escondíamos debajo del árbol de navidad, y mirábamos desde abajo sus ramas?
El recuerdo de aquellas
tardes invernales al lado de mi hermano me arranca una sonrisa. Sí, las
recuerdo muy bien, Nico. Cuando éramos tan pequeños que cabíamos los dos bajo
aquel árbol, que nos parecía mítico, legendario, y sentíamos que nos refugiaba de todo.
-Cómo
olvidarlo…-Contesto.
-Cuando estabas allí
conmigo, Sam, se me olvidaba todo. Era como si tú y yo, bajo aquel árbol, nos
trasladáramos a nuestro mundo secreto, donde solo importaba jugar y estar
siempre juntos, solo nosotros.
Se me vienen a la mente
los momentos en los que Nico y yo nos escondíamos del mundo bajo el abrazo del
árbol, jugábamos a irnos a otros universos, solo él y yo. Teníamos hasta una
contraseña secreta, un conjuro, un par de palabras que nos enseñó nuestro
abuelo hace muchísimo tiempo. Un par de palabras que lo significaban todo para
nosotros, que lo eran todo.
Y yo ahora no las
recuerdo.
Nico me mira, leyéndome
la mente, y sonríe.
-Perge mecum…
-in Karelia.
Las palabras salen
solas de mi boca, como premeditadas, para complementar ese hechizo nuestro. Y
al instante una sensación de paz me inunda, y solo me apetece quedarme allí,
con Nico, y volver a nuestra infancia, despreocupados.
-Todavía recuerdo la
pataleta que pillaste cuando tuvimos que tirar el árbol.-Dice Nico, y casi
puedo oír su sonrisa.
Yo sonrío y le miro,
avergonzada.
-Con ese árbol se fue
mi niñez, y nuestros mundos.
Noto que me mira, y le
miro yo a él. Pensativo, levanta el dedo índice y lo coloca sobre mis labios.
-Estás muy, pero que
muy equivocada. -Frunzo el ceño, extrañada ante la respuesta.- Lo único que se
llevaron de nuestra casa aquel día fue un juguete roto, vacío. Un montón de
piececitas que no tenían nada de especial.
-¿Cómo que nada de
especial? ¿Es que lo que pasábamos allí no es nada para ti?
Él vuelve a poner su
dedo en mis labios, y me manda callar.
-Eh, Sam, shh. No lo veas así.
Aquellos momentos, tu niñez, y tu ilusión, todos se quedaron aquí,- Dice,
poniéndome el dedo índice en el pecho.- Ellos nunca estuvieron atados a nada
material, a ningún juguete. Nunca se fueron. Podríamos sacarlos de nuevo, si
quisiéramos, tú y yo, bajo nuestro árbol.-Dice, mirando al techo.
Y yo sé que lo que está
diciendo es una gran metáfora a nuestra situación. Da igual la ciudad, los
amigos y la casa. Solo necesito a mi familia, y repetir aquellas tardes bajo el
árbol, en cualquier otro sitio, solo gracias a nuestro hechizo, a nosotros.
Nico me sonríe con
dulzura, después levanta la mirada al techo, y cierra los ojos. Su rostro,
sereno, me transmite una paz que hacía años que no sentía.
Cierro los ojos, y
tanteo en las sábanas, buscando la mano de mi hermano. Nuestros dedos se
encuentran y noto su calidez como un bálsamo en mi piel. Aprieta mi mano, con
dulzura, y yo siento que nada podría salir mal.
Y una calidez dentro de
mí hace que aprecie a Nico más que nunca. Y que me odie por no haber sabido
apreciarlo antes.
Pasamos un rato en
silencio, donde sobran las palabras y bullen los recuerdos.
-Tienes que reconocer
que la ciudad no está tan mal…-Me susurra, con complicidad.
Y yo me doy cuenta de
que tiene razón. Da igual en qué casa estemos, a qué ciudad nos mudemos. Solo necesito estar con mi gente, bajo mi árbol.
Y sonrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario