jueves, 8 de agosto de 2013

Una noche me arrastra al papel.

Buenos días.
Lo que voy a enseñaros a continuación puede resultar algo extraño e incomprensible...
Lo escribí una noche. Yo ya estaba en mi cama, con los ojos a punto de sellarse hasta que los rayos de sol me los volvieran a abrir al día siguiente.
Pero algo iba mal, y yo lo sabía.
Lo sabía porque no podía dormir, y eso no es buena señal. Daba vueltas y más vueltas en la cama, intentaba dejar la mente en blanco, intentaba ignorar las vocecillas que todos los días están en mi mente dándome la lata con ideas y encendiendo bombillas en los momentos más inoportunos.
Hasta que ya se hizo insoportable.
Me levanté de repente, abrí los ojos de par en par y casi salté de la cama. Medio zombie, me dejé llevar por lo que me decían las vocecillas que insistían repitiendo ideas, cada vez más alto, y transmitiéndome sus dinámica de escribir, así que fui a mi estantería, cogí un par de folios y me senté pesadamente en el escritorio. Empecé a escribir palabras sin pensar, como suelo hacer, pero esa noche era distinto. Tenía prisa, mucha prisa, tenía miedo de que las palabras desaparecieran de mi mente tan rápido como habían venido. Escribía sin asimilar lo que escribía, apresurada, queriendo plasmar en el papel todo lo que las vocecillas me decían, como quien dicta algo demasiado rápido. Y, aún así, sólo logré dibujar un boceto de la idea que tenía en mente antes de que esta saliera de ella sin dejar otro rastro que el que yo había querido dibujar con las palabras.
Lo que sí recuerdo es ver cómo se esfumaban los detalles que habían estado esperando en fila para ser escritos, impacientes, y después desaparecían como los clientes de una tienda que pierden la paciencia.
Así que lo que voy a enseñaros son sólo unos trazos de la nube que vi pasar por el cielo de mi mente, y que quise dibujar antes de que el viento se la llevara para recordarla.
Antes de nada, quiero avisar de que, cuando lo escribí, estaba algo depre, así que no os asustéis cuando leáis la parte de la soledad. Ya os he dicho que son sólo los bocetos, así que imaginaos la nube entera.
Espero que los dibujos explicativos que he hecho os ayuden.


Y grito.
Grito hasta que se me acaba el aire, y vuelvo a gritar otra vez. Grito hasta que mi voz se desgarra, y continúa rompiendo este inquebrantable silencio, cada vez más ronca y rota, pero cada vez con más fuerza y dolor. Grito con los ojos cerrados, con los puños apretados y el corazón dolorido. Grito porque estoy frustrado. Ya no sé qué hacer que no sea gritar. Grito por ira, furia, desesperación, confusión, tristeza, amor, miedo, grito por romper el silencio, por salir de este estado inerte y ausente, indiferente y tan sensible, que es el coma. Grito en silencio, y nadie sabe cómo duele.
Llevo gritando tanto tiempo, gritando en vano, intentando liberar todos estos sentimientos que luchan entre sí por mi cuerpo, por ver quién ganará, pero al final, mi cuerpo es el que peor parado sale.
Siempre he pensado que el cuerpo humano es muy pequeño, demasiado pequeño para contener tanto como son las emociones. Ya es bastante doloroso ser anfitrión de una sola, como para que se junten todas a la vez. No sabes cómo reaccionar, no sabes a cuál de las voces que gritan en tu mente hacer caso, y, al final, todas se van en un suspiro, desinflando mi cuerpo, que pasa velozmente de ser un peluche con demasiado algodón, a ser uno vacío y silencioso.
Este es el muñeco que he dibujado.
                       Cada alfiler representa una emoción,
                            que nos deja heridos al clavarse
                                  en nuestro cuerpo.
Yo considero que hay tres emociones que superan en magnitud y peso a las demás, y que las engloban a su vez. Éstas son:
El amor, el odio y la soledad.
El amor es imprescindible y extremo, inquieto y caprichoso, impredecible y asustadizo. Es el más inexperto de los sentimientos. Por lo menos así es como yo lo imagino. Al amor le gusta observar a la gente, ver cómo sus rostros se transforman en un segundo, de la expresión más esperanzada y sonriente a la más triste y desesperada. Le encanta jugar con la gente, juntar a las personas como los muñecos que a él le parecen, y separarlas igual de rápido cuando el dúo no les gusta. Le gusta observarlo todo desde arriba, curioso, desde un plano que le permite ver, pero no comprender. Le gusta crear y destruir, le gusta juntar y separar, pues, para él es solo eso, juntar dos piezas y separarlas cuando le viene en gana. Como un niño malcriado. El amor es eso, sólo amor, y no entiende de dolor, no es consciente de que éste se esconde detrás de su espalda, como su siniestra sombra, que secunda sus crueles juegos.

El amor.
Lo dibujo así porque a menudo la gente lo confunde
 con un querubín,aunque más bien es el ángel caído
cuando era niño.
Tiene el gesto aburrido, como un niño malcriado cansado
de sus juguetes,  queriendo unos nuevos.


El amor no sabe lo importante que puede llegar a ser. Él sólo juega, con aparente inocencia, como un niño que rompe sus juguetes, creyendo que no sufren. Porque él no conoce el dolor. Como un bebé...

Por eso, el amor no entiende porqué a veces sus juguetes quieren dejar de funcionar, porqué se apagan ellos solos y escriben en un papel; "Por amor".

"Por amor".

El amor siempre va acompañado de el odio, que es como su hermano gemelo opuesto. Si el amor es luz, (aunque a veces algo cegadora) el odio es la más absoluta oscuridad. Si el amor es tímido y asustadizo, el odio es impulsivo y feroz. Si el amor puede variar el ánimo de una persona, el odio siempre será igual, ancestral, visceral y cegador. Si el amor crece gradualmente, día a día, el odio es tan intenso desde el primer momento que te hace desear gritar, destrozar, romper, desgarrar, y reducir todo lo que te rodea a cenizas.
Por eso resulta tan malo como el amor.
Sin embargo, el amor y el odio tienen una cosa en común.
Ambos son inmaduros, irremediables, inexpertos e impredecibles.
Y ambos, en un momento determinado de su trayectoria por un cuerpo, traen consigo a la tercera hermana. La más dolorosa, la más profunda, la más hambrienta, la más interior.
La soledad. El vacío interior.
A veces es sólo una sensación temporal, algo que se pasa, algo que se olvida. Pero a veces, crece en tu interior, como una enfermedad, como un tumor. Se va volviendo tenebrosa, hambrienta, acosadora, voraz.
Estar solo es la peor sensación del mundo.
Cuando sientes amor, siempre hay alguien con quien hablar de ello, y, como el odio es temporal, cuando se pasa, vuelves a la normalidad.
Sin embargo, la soledad...
es lo  contrario. Cuando sientes soledad eres terriblemente consciente de ello, más que en ningún momento de tu vida, de lo sólo que estás. Buscas con desespero algo a lo que aferrarte, una mano amiga, un punto sólido en el que apoyarte en la oscuridad, algún puerto en un océano de terrible serenidad.
Y nunca hay nada.
Te das cuenta de que sólo hay vacío a tu alrededor, aunque físicamente estés rodeado de gente. Notas sus cuerpos chocar contra el tuyo, como una corriente inerte. Inertes, insensibles, ciegos. Gente a tu alrededor, que te ve y te sonríe, sin saber que tú notas la frialdad de su sonrisa, la mentira en su mirada, tú lo notas. Ves la distancia espiritual que os separa, el abismo infranqueable que no puede ser compensado por ningún tipo de contacto físico.
Y cuando te das cuenta de que el único apoyo que tienes eres tú, cuando ves tu frágil estructura, que sólo necesita brazos en los que apoyarse, te sabes perdido. Pues esos brazos han sido sustituidos por vacío, negrura, que amenaza con sustituir en cualquier momento tu esencia, tu corazón, también.
La soledad tiene un peligro enorme.
A veces llega a ser insalvable, eterna, y, cuando lo es, y lo sabe, te va comiendo poco a poco, rellenando su insaciable vacío, ansiando la materia que también tú has ansiado. La soledad actúa despacio, pero eso también lo sabe.
Sabe que, cuando alguien lleva viviendo en ella mucho tiempo, ya no lo puede permitir salir.
Mientras la persona se ha escondido en una de las habitaciones de la soledad y llora dentro, la soledad va sellando las puertas, ladrillo a ladrillo, y, cada día, salir es más difícil, hasta que ya es imposible.



La soledad es como una habitación que se alquila,
y a veces, si tardas mucho en salir,
te quedas encerrado en ella.

A veces, queda una ventana sin tapiar. Desde ella se ve el suelo, tan lejano, desde ella se ve a la gente normal. Pero estás tan lejos que nunca te oirán gritar. A través de la ventana también se ven espejismos, cosas y sitios maravillosos, que te miran con dulzura y con sinceridad, y que te sonríen sin mentiras. Sitios donde nunca se está sólo, y la soledad no alcanza jamás.
A veces, la ventana es la única salida.
La gente las utiliza cuando los espejismos los engañan, atrayéndolos con imágenes falsas de lo que cada uno más ansía. Las personas los siguen, ciegos, hasta que caen por la ventana, que no habían notado.
Otras veces, la gente se tira por voluntad propia. Esto sucede cuando uno ya tiene las piernas llenas de moratones, de darse con los muebles de la habitación, buscando en la oscuridad una salida. Al final, esta gente ya está cansada, y deja de ver el sentido a sufrir durante más tiempo. Su vela de esperanza hace ya tiempo que se apagó, y acceden y firman el contrato de la soledad, y aceleran su proceso a cambio de un momento de libertad al saltar de la ventana.

Dicen que da algo de miedo, pero que, cuando vuelas fuera de la ventana, te sientes capaz de todo, vivo de nuevo, lleno y realizado...
Hasta que caes en una negrura que te devora el alma y la esencia.
Las fauces de la soledad.

A ella le complace que su comida quiera acelerar el proceso. Cuanto antes, mejor.

La soledad.



2 comentarios:

  1. Hola Helena. Así que eres escritora y dibujante, enhorabuena. En eso nos parecemos. Te envío un abrazo sincero y te dejo la primer publicación de mi blog, que creo que respondería en algo tu pregunta.
    http://lasletrasdelgilo.blogspot.mx/2013/06/el-porque.html

    A ver qué te parece:

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    1. Me ha parecido un comienzo potente y muy bueno para el blog, aunque tampoco es que yo entienda mucho. Estoy muy contenta de haber recibido tu comentario :) Pero no, no soy dibujante, simplemente lo hago para dar imagen y forma a lo que describo.
      La verdad es que me ha servido de mucho tu entrada, espero tener noticias de muchas más. Estoy muy feliz de conocerte.
      Gracias, y felicidades por el blog,
      Helena.

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