sábado, 1 de febrero de 2014

Prólogo: Mi mundo.



Desde entonces he estado solo.
Probablemente muchos piensen; “¿Solo? ¡Tienes a toda la gente de tu alrededor!” Pero no lo entienden. Nadie lo entiende. Sí, lo sé, sé que hay mucha gente en el mundo, conozco eso de que hay muchos peces en el mar, pero no sé de nadie que piense como yo, que comprenda lo que digo… No conozco a nadie que realmente, que se parezca a mí.
Nadie que merezca la pena, en definitiva.
Y, aún así, no me molesta.

USHER
Quiero decir, yo no me siento solo, no me veo abandonado, ni marginado, ni nada por el estilo. De hecho, ni siquiera sé si lo que siento podría llamarse soledad, porque yo mismo me basto para mi equilibrio emocional. No necesito a nadie que me recuerde lo bueno que soy, ni nadie que ahogue mi miedo de no ser amado, porque no siento ese miedo.
No me da miedo la soledad, ni el silencio, ni la oscuridad. De hecho, muchas veces me siento atosigado, rodeado de demasiada gente. En esos momentos agradezco el silencio,  cerrar los ojos en la oscuridad de mi habitación, y respirar, sin miedo a que me señalen, sin miedo de mirones indiscretos. Para mí, eso es la paz.
 Es cierto que me relaciono con las personas que me rodean, porque, entendedme, aunque no quiera implicarme demasiado en relaciones sociales, no quiero llevarme mal con nadie, ni mucho menos, pero no me une a ellos ningún lazo sentimental. No me malinterpretéis, yo no odio a la gente, ni soy un incomprendido, ni uno de esos adolescentes enfadado con el mundo. Simplemente, no me atrae la idea de relacionarme con mi sociedad, y por eso trato de ser lo menos “transparente”. Pero no por ello soy superficial, en absoluto.
Yo diría que si alguna palabra tiene que definir mi comportamiento, sería, más bien... reservado, para alguien que merezca la pena.
El porqué de todo esto se remonta varios años atrás, en mi más tierna, inexperta, y sobre todo inocente infancia.
Hace tiempo aprendí que mejor sólo que mal acompañado. Lo aprendí por las malas, pero me ha servido. Y ¡vaya si me ha servido! En parte debo estar agradecido, supongo, porque lo que me pasó me hizo más insensible, por decirlo de alguna manera. Desde luego nadie volverá a herirme. No, si les cierro las puertas a mi interior,  porque lo único que quieren es  influir en mis sentimientos a su antojo. He aprendido que la gente, muchas veces, ansía manipularte, aunque eso conlleve perjudicarte mucho a tí para producirse un beneficio mínimo, y aprovecharse de ti. Ese comportamiento es detestable, y lo uso muy a menudo para justificar que prefiera mantenerme al margen de lo que me rodea.
Aunque creo, que aunque aquel trauma nunca hubiera sucedido, tampoco sería capaz de relacionarme como cualquier otro chico. Supongo que la realidad me habría golpeado tarde o temprano, y, si no lo hubiera hecho, yo mismo me habría dado cuenta, con el paso del tiempo, de que soy diferente, y queriéndolo o no, me habría ido alejando, irremediablemente, de la gente de mi entorno.
USHER
Siempre he sido diferente, la verdad. Mi actitud, mi forma de ser, mi manera de ver las cosas, de vivir la vida… No sé. Desde muy joven empecé a notarlo, y, por más que lo ocultara, mis profesores y compañeros también lo empezaron a ver. Esto me asustaba, y, como cualquier niño, a pesar de ser solitario, no soportaba la idea de ser señalado y acusado de ser diferente. Así que me encerré en mí mismo, y me convertí en el rey del imperio silencioso de mi mente.


Sin embargo, mi familia suele reprocharme mi actitud. No les gusta que sea autosuficiente, y me piden que abra mi corazón a los demás, que haga lo que ahora la gente llama tan fácilmente “amigos”, sin saber que con ello quedo expuesto al dolor de la traición, de la realidad. A veces llega, incluso, a molestarme su evidente ignorancia a cerca de esto. Ellos no saben que yo estoy bien, que ni necesito ni quiero cambiar, pero insisten, una y otra vez, y lo último que quiero es tener problemas y hacer que hasta mi propia familia piense que soy raro, así que, pese a todo, me familiarizo con algunos compañeros de mi clase.

La verdad es que considero hacer amigos un mérito, porque en esta deprimente sociedad es difícil hablarse con gente que te rechaza aún sin haber mediado palabra con ellos. No sé por qué la gente de mi clase me insulta, pero no me llama la atención. He llegado a la conclusión de que sus limitados cerebros se retuercen de envidia al ver con cuánta templanza y calma paso de ellos.
 Sí, será envidia.
 La vida me ha enseñado que el mejor desprecio es no hacer aprecio, así que, pese a todo, no me importa lo que digan. Todos los sabios griegos decían que siempre va a haber alguien que me insulte, haga lo que haga, así que no me molesto en pensar en ello, no merece la pena.

Algunos de los amigos que me he hecho son Pac, Bryst y Connor. No son grandes excepciones de la sociedad, pero comparto aficiones con ellos, y la convivencia es sencilla, pues además de que algunos hemos compartido experiencias, sí que son algo diferentes a los demás.
A Bryst y a mí, por ejemplo, nos gusta leer. Él suele pedirme consejo sobre algunos libros, y yo a veces le ayudo a comprender algunas de las entrevesadas historias que leemos. Me gusta hablar de libros con él, es un tema normal que nos impide delatar nuestras cosas íntimas, y además puedo decir que realmente disfruto hablando de ello con él, que me escucha siempre, ávido de historias, con ganas de nuevos mundos, de vidas enteras escondidas en las palabras. A él y a mí nos fascina el poder que pueden esconder unas letras juntadas casi al azar.

Otra cosa que tenemos en común que, en el pasado, sufrimos el rechazo. No hablamos mucho de esto, la verdad, es que él solo afirma y reitera mis críticos comentarios hacia el despectivo mundo en el que nos ha tocado vivir. La verdad es que, ahora que lo pienso, nunca me ha contado lo que realmente le pasó, pero no hace falta. Como se suele decir, la cara es el espejo del alma, y basta ver los ojos brillantes de Bryst para saber que lo ha pasado mal. No le presiono para que me lo cuente, sé que no le gustaría, ni a él, ni a nadie. Pero, hablemos del tema que hablemos, me siento más cómodo hablando con él que con nadie de mi entorno, me siento completo, como si Bryst fuera un hogar al que acudir. Me siento bastante cercano a él, como si conociéramos un secreto que nadie más conoce. Por otra parte, es agradable hablar con alguien lo suficientemente maduro como para saber entablar una conversación correcta gramaticalmente. Además, Bryst es empático, cosa que me agrada.


Aún así, cuando hablamos de la sociedad actual, del mundo, y de todos esos temas que deprimen tanto, el tema suele afectarle más a él que a mí, pues yo cuento con un muro de protección al rededor de mi corazón, y él no. Pese a lo bien que le vendría construirse uno, no se lo digo, porque también existe la posibilidad de que me vea como un bicho raro, y no es lo que quiero.
Ya he pasado mi infancia como un bicho raro, aunque en ese tiempo no era por mi autoaislamiento actual, sino por todo lo contrario; por estar desesperado por hacer amigos, y como sólo hace falta buscar amigos para tener enemigos, me convertí en el bufón de la clase, el apestado, el marginado, y todo lo que se diga.
Recuerdo perfectamente aquel día, aunque yo era muy pequeño. Quizá, si me pasara ahora, sería tan sólo una anécdota para el montón, una historia más que contar, nada con importancia, en definitiva.
Pero fue el hecho de que se rasgara mi inocencia, de que perdiera mi fe en que todo saldrá bien, de que rompiera el velo que difumina la realidad a los ojos de un niño, fue ese hecho el que realmente me marcó, porque a mi corta edad ya supe lo que realmente era el mundo, y la decepción fue colosal.

Lo recuerdo como un día normal, en el colegio, acercándome a una chica con paso torpe. De ella sólo recuerdo su pelo, que eran grandes y sedosos torbellinos del color del Sol. Me acerqué preguntándome inocentemente se me quemaría al tocarlo. Qué iluso. Estaba absorto en su pelo, totalmente himnotizado por su color, y ansiaba tocarlo, por ver si el oro fundido que le caía por la espalda era mágico, y me salvaría de los fantasmas de mi oscuro rincón.
Yo era muy pequeño, y mi débil corazón aún no había creado ninguna defensa contra el rechazo de una chica, como es natural No estaba preparado para asimilarlo, así que el golpe fue más fuerte de lo que ahora me parece:
-¿Qué haces, idiota?- Cuando por fin se giró para mirarme, por encima del hombro, cómo no, me insultó con una voz chillona, que en ese momento me pareció el más melódico cantar de los ángeles. Qué ciego estaba.
-¡Lárgate, pringado!- Coreaban sus amigas, señalándome con el dedo que yo ya tanto conocía. La chica, se distrajo un momento para hablarles a ellas, y entonces, yo hice buen uso de la famosa frase “Carpe Diem”, y, de tan concentrado como estaba en su belleza, no me importó lo que nadie dijera de mí, porque en ese momento me sentía invencible, fuerte, afortunado de guardar en mi corazón tan cálido sentimiento. Como un enamorado más. Así que, casi inconscientemente,  me acerqué y le estampé un enorme beso en la mejilla. La niña, confusa, se puso roja como un tomate y me soltó una bofetada en la mejilla, similar a la que me propinó la realidad.
Ambas me dejaron una profunda marca en el corazón.
Desde entonces he estado solo, pues ese día, con el corazón roto, coloqué el primer ladrillo delante de mi corazón.


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