La comida me es insípida. Enrollo el tenedor
distraídamente en unos fideos pálidos, viéndolos, pero sin mirarlos. Como
siempre, procuro que el pelo tape mis ojos y la mayoría de mi cara. Ni siquiera
me doy cuenta, cuando acabo el plato, de que mis padres me miran
disimuladamente, como examinándome. No sabría decir qué expresan sus ojos; creo
que expectación.
Tras unos instantes de tenso silencio, me aclaro la
garganta y pregunto con naturalidad sobre mi hermana:
-¿Y Clyre?- Me esfuerzo por que mi tono de voz suene
calmado, e indiferente, como de costumbre. No quiero que sepan lo que voy a
hacer esta tarde, ya que sólo será un día el que vaya al Círculo, y no me
apetece que me martilleen con sus consejos de padres.
Pero mi madre hace caso omiso a mi pregunta y va al
grano, mirándome fijamente.
-Usher, nos alegramos de que por fin hayas decidido ir
al Círculo Juvenil.
Porque ya lo saben.
-Tu madre y yo estamos muy aliviados de que por fin te
abras un poco.- Dice mi padre, sonriendo. Pongo los ojos en blanco. Acto
seguido mi madre le propina un codazo bastante mal disimulado.
-Te lo pasarás genial, ya verás, y conocerás a mucha
gente nueva. -Agrega ella, con una sonrisa algo forzada, que no le llega a los
ojos.
En ese momento, Clyre aparece por la puerta con su
sonrisa deslumbrante, y me salva del momento tan incómodo por el que acabo de
pasar. Se acerca a mí y me abraza, y una ola de calor me inunda el pecho. La
beso en la frente, y con la cara enterrada en el pelo de mi hermana pequeña
pregunto a mis padres cómo lo han sabido. Mi madre dice que Bryst se ha
asegurado de que no falte, diciéndoselo a ella. Maldigo mentalmente a Bryst y a
su forma de obtener siempre lo que quiere.
Me levanto de la silla con pesadez y, sin mediar
palabra, salgo de la cocina. Me echo la
mochila al hombro para subirla a mi habitación. Mientras subo despacio los escalones;
oigo a mis padres susurrar cosas como “Menos mal” o “Ya era hora, creí que
nunca cambiaría”. Escucho esto sin prestarle demasiada atención, como en un
sueño, o como si fuera otra persona la que lo escuchara. Estoy convencido de
que si hago esto no me dolerá lo que digan. Pensando en estas palabras llego a
mi habitación, arrojo la mochila a una esquina y me dejo caer en la cama,
estresado. Mientras mi cuerpo se relaja, me froto la frente con dos dedos, a
ver si se relaja también mi mente.
Cuando por fin estoy tranquilo, me concentro en fundir
el tic tac del reloj de mi mesa con el latido de mi corazón. No puedo evitar
comparar lo diferentes que son. El sonido del reloj es mecánico, estridente,
molesto. Y el bombeo de mi corazón es un sonido ahogado, que se extiende por mi
cuerpo, constante y tranquilizador, y que forma parte de mí. Intento acompasar
ambos, fundirlos y hacer que suenen a la vez, pero el reloj va demasiado
rápido. “Qué ironía”. Pienso. La vida transcurre muy deprisa, como el reloj.
Demasiado deprisa para mí, que siempre me quedo rezagado, disfrutando de los
detalles, demasiado aturullada, loca, para mí, que siempre me quedo atrás, sin
que nadie se dé cuenta, prescindible,
abandonado por ser lento, y , de nuevo, diferente.
Así pasan los minutos, y yo permanezco en silencio en
un estado de desconexión, con la mente en blanco, totalmente acomodado y
prácticamente mimetizado con el entorno de mi habitación.
Bum, bum.
Tic, tac.
Y las cinco menos diez me dan una bofetada. No me da
tiempo a despedirme del calor que he dejado pegado en las sábanas, y me levanto
de un golpe dejando medio cuerpo frío y entumecido. Mis párpados luchan por
separarse y mis ojos enfocan una realidad borrosa. Hago algo parecido a correr
hacia el servicio, descalzo, y me echo agua fría en la cara con las manos. Es
doloroso, pero me ayuda a volver al mundo de los vivos. Un escalofrío me
recorre la espalda. No estoy hecho para este mundo, pienso con amargura. Me
intento levantar el flequillo rápidamente con un peine húmedo, pero los
mechones se niegan a abrazarse unos a otros, de manera que un pájaro podría
anidar en mi pelo perfectamente. De tal carácter, tal peinado, supongo.
Bajo los
escalones de dos en dos y cojo calderilla de la mesa. Aún me cuesta despegar
los párpados totalmente. Salgo de casa con el pelo y la cara húmedos, lo que
acentúa el frío que me hace sentir el viento, que me empuja.
Y entonces es cuando soy realmente consciente de la
locura que estoy haciendo.
Me veo reflejado en el cristal de un coche por el
rabillo del ojo. Reconstruyo mi mente y aliso un poco mi arrugada camiseta. En
este momento me arrepiento de haber aceptado la invitación de Bryst, de no
haber pensado lo que voy a decir, cómo voy a actuar. Nunca he estado en nada
parecido a un club ni un grupo, pero me conozco lo suficiente como para estar
seguro de que lo echaré todo a perder, como siempre. Se me viene a la mente la
imagen de un montón de gente con la cara distorsionada y una sonrisa enorme y
diabólica, como abierta en su cara con un cuchillo, señalándome con el dedo y
riéndose de un yo pequeño que se abraza las rodillas, desamparado, iluminado
por un foco que ilumina demasiado, sin dejarme lugar al que huir. Deshecho ese pensamiento, aunque poco puedo
hacer contra un miedo irracional que fluye por mis venas. Sólo son personas,
pienso. Un grupillo de gente que ni se fijará en mí. Aunque esa gente aumentará
el tamaño de la larga lista de personas que me consideran un bicho raro.
Mi única esperanza ahora es pasar inadvertido, claro
que, si llego tarde, será difícil.
Camino alterado, deprisa. Llevo un ritmo que no encaja
con mi personalidad; y mi mente tampoco está muy organizada. No sé qué voy a
hacer allí. No sé qué va a pasar, pero sí sé que será un fracaso total. Noto
que algunos mechones de mi trabajado pelo me tapan la vista. Menuda gran
primera impresión voy a causar.
Por un brevísimo instante me pregunto: “¿Pero por qué
estoy tan nervioso?” Y me frustro al saber que no tengo respuesta para eso.
En este momento estoy en la puerta de la sede. Es una
casa normal, acogedora y con un pequeño jardín en la entrada. Estoy plantado
ante la segunda puerta, la que entra directamente en el efificio. Mi mano,
sudorosa, tiembla sobre el pomo. Podría irme, salir de este jaleo. Sería muy
fácil hacer creer a la gente que estoy enfermo. Se olvidarían y asunto
arreglado, y yo no tendría que pasar por este lío. Pero algo me empuja a
entrar. Puede que sea Bryst, que me envía insistentes mensajes al teléfono por
retrasarme, o puede que sea que no quiero quedar como un idiota, pero el caso
es mi mano parece haber decidido por mí, porque el pomo cruje mientras gira.
Mi entrada es discreta, pero cuando asomo la cabeza
todos me están mirando, como si ya me esperaran de antemano, lo que supongo que
será verdad, examinándome más de lo que me gustaría. Alrededor de diez chicos y
chicas de mi edad están sentados en un
círculo perfecto, sobre una alfombra. El mobiliario de la habitación
está en las esquinas, adivino que para dejar más espacio en el centro. El lugar
es de techos bajos y con amplios ventanales. Bryst, que está sentado en el
círculo, me mira con una media sonrisa de victoria en el rostro, y un brillo de
complicidad en sus ojos. Me invita a reaccionar con un gesto.
-Eh...hola- Tartamudeo. No sé por qué estoy nervioso,
ya me he dicho a mí mismo que esto no merece la pena, que sólo será un rato,
pero aun así no puedo hablar.-Soy... Usher.
El monitor, que estaba de pie en el centro del
círculo, avanza hacia mí con pasos firmes. Es un hombre de mediana edad, de
aspecto atlético, que me sonríe genuinamente. Me pone la mano en el hombro y
aprieta, y doy un respingo. No esperaba que tuviera tanta fuerza en una sola
mano.
-Bienvenido, Usher. Por ser el primer día te perdonamos el retraso.- Oigo risitas tontas tras él, y fuerzo una sonrisa.
El
monitor me invita a sentarme con un gesto de su mano y yo busco un sitio con la
mirada, pero no puedo elegir, ya que sólo hay uno, estratégicamente situado,
según pienso, y no está cerca de ninguno de mis amigos. Me siento entre un
chico musculoso, de facciones duras, y una chica a la que no le veo la cara,
que está tapada por una cascada de pelo color caoba. De vez en cuando veo que
se convulsiona ligeramente, como asustada. Está encogida en su hueco de la
alfombra, jugueteando de manera nerviosa
con un mechón de su pelo. No dejo de mirarla, tan menuda y pequeña parece... y,
sin embargo, a nadie parece interesarle lo más mínimo… Me extraño mucho, porque
hay algo en ella que la hace distinta, como disonante, fugitiva… Pero, de
nuevo, nadie salvo yo lo nota. ¿Sabrá ella lo distinta que es? Sí. Seguro.
¿Cómo si no es que se comporta así? Puede que también sea su primer día. Siento
unas ganas irresistibles de apartarle el pelo del rostro, para poderlo ver.
Hay
algo en ella que me llama, algo extraño que pone todos mis sentidos alerta, que
hace que se me erice el vello de la nuca, como una conexión imperceptible, y me
siento como en familia con ella, en intimidad, y supongo que por eso me inundan
las ganas de saber, de conocer de dónde viene, porqué se parece tanto a mí, de
verla y explorar su mirada…
Entonces me doy cuenta de que todos me miran, incluido
el monitor, que en mi cabeza había estado hablando hasta ahora de manera hueca
y ausente, como el murmullo de una televisión. Arranco mi atención de la chica
y siento que un incómodo rubor asciende hasta mis mejillas vertiginosamente.
-Hummm...- murmura el monitor, mirándome fijamente con
sus ojos claros. Me obligo a sonreír tontamente y él me disculpa con un gesto.-
Como decía, Usher,-repite, recalcando mi nombre - hoy vamos a contarnos unos a
otros anécdotas y experiencias divertidas, curiosas, o lo que nos apetezca. Así
nos conoceremos mejor.-Dice, intentando conocerme también con sus ojos azules
brillantes, que parecen desnudar mi mente.
Entonces es cuando empiezo a fijarme en el resto de la
gente. Mientras cada persona del círculo cuenta algo divertido o curioso, yo me
fijo en ellos, en cómo son, y me voy dando cuenta de que hay una especie de
lazo entre ellos, algo que los une, que los hace parecer cómplices de algo.
Algo que todos tienen, pero no sé qué es. Y, poco a poco, yo también comienzo a
sentirme parte de ellos, en sintonía, a diferencia de la chica del pelo caoba,
que sigue temblando como una hoja. Una chica flacucha, Meeg, cuenta cómo un
profesor bailó en un campamento. Un chico bajito de mirada profunda narra que
en su cumpleaños bañaron a un gato en ponche. Todos corean las anécdotas con
carcajadas limpias y en confianza. Yo también río con las historias, a veces incluso
comento algo ingenioso, aunque no las presto demasiada atención a ellas, sino
al ambiente despreocupado, y al carácter de la gente que, en el fondo, descubro
que me gustaría tener. Lo que realmente me importa es que aquí soy aceptado, me
siento en familia, soy parte de ellos, y comienzo a sentir nacer ese vínculo
también en mí. Sonrío a la gente genuinamente, y me doy cuenta en ese momento
de que no recuerdo la última vez que lo hice.
Y también es entonces cuando me
doy cuenta, horrorizado, de que algo va mal. Les estoy cediendo la entrada a mi
corazón, estoy poniéndome en sus manos, y casi llegan a caerme bien. Disimulo
un cambio drástico en mi forma de actuar, y me paso el resto de la tarde en
silencio intentando afianzar mi muralla sentimental, en la que ya no confío
tanto.
Afortunadamente, la reunión acaba a las ocho, así que
no me llega el turno de contar nada, para disgusto del monitor. Suspiro
mentalmente cuando las campanadas resuenan en la lejanía. Me alivio, porque no
hay nada divertido que contar. La gente se despide mutuamente, y se dispersan
por las calles en grupos pequeños. Muchos se acercan a mí, pidiéndome que
vuelva la semana que viene. Durante un instante me planteo que realmente hayan visto algo en mí… No. Es
imposible. Y no volveré. Qué inocentes.
Estoy apostado en la puerta, esperando a mis amigos,
que se han quedado para reorganizar la habitación, y desde la puerta, los veo
cuchichear con el monitor, con el rostro serio. Pero aparto la atención
inmediatamente de ellos, porque de la multitud de jóvenes emerge la chica del
pelo caoba. La miro disimuladamente. Parece tímida, y pasaría desapercibida
para cualquiera, de hecho, es que realmente es como si no la vieran. Viste ropa
oscura y camina con la cabeza gacha, como ocultándose. Pero eso no funciona
conmigo, porque también yo soy así.
No habla con nadie y echa a andar calle abajo, sin
mirarme ni una sola vez, para enorme frustración mía. Mientras, el aire juega
con las ondas de su pelo, como si éste tuviera vida propia.
Parece tener edad para ir al instituto, aunque nunca
la he visto por allí ni por ningún otro sitio. Tampoco sé cómo es su rostro ni
su nombre. Es una chica extraña. No ha hablado durante toda la tarde y parecía
estar tensa, siempre en alerta, sin bajar la guardia ni un momento, aunque, de
nuevo, nadie ha parecido darse cuenta. Me quedo observando cómo disminuye de
tamaño hasta que de ella sólo queda un puntito oscuro al final de la calle.
Sólo sé que estoy muy confuso.
Un rato después, mientras miro el asfalto, un golpe en
el hombro me desestabiliza, y por poco no me caigo de la pared. Me giro y veo a
Connor, el más alto de mis amigos. Me coge de la cabeza, me aprieta contra su
enorme tronco y me rasca el cuero cabelludo sin piedad, destrozando mi peinado.
Me lo sacudo de encima ocultando una mueca de disgusto e intento recolocarme el
pelo y recuperar mi dignidad, mientras Jack y Bryst aparecen detrás de él.
-A ver, ¿Qué te ha parecido?- Dice él. Todos me miran
expectantes, y como siempre, no sé qué decirles para no decepcionarles. No
puedo contarles que he estado ausente toda la tarde mirando a una chica que no
conozco de nada, así que respondo:
-Ha sido… interesante.- Sí. Eso bastará, de momento.
Parecen quedarse satisfechos, pero el inquisitivo
Bryst se acerca a mí, y entonces sé que no lo he convencido. Tira de mi brazo y
me aparta de los demás. Su ceño fruncido hace que me preocupe.
-Usher, dime la verdad, es importante para mí. ¿Has
estado a gusto?
Lo miro atentamente. Veo que Bryst ansía la respuesta,
ya que incluso la busca en mi mirada con inquietud, y sé sólo quiere lo mejor
para mí, así que decido ser un buen amigo por una vez, y le aseguro que sí, que
he disfrutado, intentando incluso creerlo yo mismo. Él me pasa el brazo por
encima del hombro y me abraza. Después se aleja, y yo camino hacia casa.
Sigo pensando sobre la chica. Quiero saber más sobre
ella. Cualquier cosa que me haga salir de esta nube de incertidumbre.... El
corazón me golpea el pecho. ¿Quién es? ¿Por qué me atrae tanto? ¿Por qué siento
que tengo algo en común con ella? Sacudo al cabeza e intento recomponerme, pero
sólo consigo confundirme aún más. No la conozco de nada, entonces... ¿Por qué
me parece que sí? No la he visto nunca, ni sé si lo volveré a hacer, pero lo
que sí sé es que tengo que conocerla, aunque sólo sea para apagar esta
curiosidad sin sentido que me atenaza.
Sigo intentando caminar de manera normal, dar un paso
igual de largo con el pie izquierdo que con el derecho, pero mis sentidos están
confusos. Me cuesta enfocar la vista y no paro de sudar. ¿Qué demonios me pasa?
Me paro en seco, cierro los ojos y
respiro hondo. Me apoyo en una pared e intento calmarme. Esto no tiene ningún
sentido. Ninguno en absoluto. “¡Maldita sea!” grito mentalmente. Aunque en la
realidad, me limito a apretar la mandíbula. Una vez recuperado el control de mi
parte física, intento recuperar las riendas de mi mente. Es como si la
curiosidad que siento por la chica hubiera irrumpido en mi esquema de vida,
destrozándolo y desbaratándolo todo.
He llegado a casa más tranquilo, aunque a trompicones.
Afortunadamente, mi familia no está, así que me meto en la cama pronto y e
intento dormirme sin pensar en nada, pero enredo las sábanas de tantas vueltas
como estoy dando. Tras unos agobiantes minutos de desconcierto y espera, me
quedo totalmente quieto, en postura fetal, mirando el papel pintado de mi
pared. Un dolor pesado empieza a extenderse por mi cuerpo, un dolor que nace en
lo más profundo de mi cabeza. Los ojos me escuecen y mi respiración vuelve a
alterarse. Cada vez estoy más confuso, alterado y frustrado. Me obligo a
dormirme, y parece que funciona.
Me abandono al mundo de los sueños, y, al hacerlo, mi
mente se plaga de imágenes sin sentido, lugares brillantes que no siguen las
leyes de la vida y una sensación de hormigueo, que me produce una alucinante
ilusión de poder.
Mucho bien. ¿sigue esta historia? quiero mass!!
ResponderEliminarSí, claro que sigue. Me alegro de que te enganche, pero si hay algo que no te gusta dímelo, y podré mejorarlo. Gracias por comentar :)
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