viernes, 20 de septiembre de 2013

Viaje.


Buenos días, amigos. Hoy quería traeros algo que en principio no esperaba traer. Se trata de un cuento corto que tenía que hacer, como ejercicio de lengua, sobre el verano, mío, o de otra persona. Así que escogí escribir una historia corta sobre el verano peculiar de un chico normal y corriente.
Espero que os guste,
Helena.


El chico sonreía para sus adentros.Sin duda aquel había sido un verano apasionante. Había pasado en un suspiro, como una inhalación, delante de sus ojos; pero vaya si lo había disfrutado.Sentado en su pupitre, con la cabeza apoyada vagamente en una mano, veía, apenas sin mirar, distraídamente, el lápiz con el que jugueteaban sus dedos. Totalmente abstraído de la clase, con el pensamiento muy lejos de allí, el chico vagaba por los rincones de su mente, solo, en su pequeña burbuja.Recordó entonces, cuando se marchó de vacaciones, sólo un par de meses atrás. Recordó la excitación del momento de partida, seguida de algunos nervios y de un largo viaje en coche. Le vino a la mente la imagen de sí mismo, sentado en la parte trasera del coche,  con una sonrisa enorme en el rostro y un brillo curioso en sus ojos, mirando por la ventanilla.Ya en el hotel, el chico se instaló en su habitación, en la que había un enorme balcón. Se asomó a él, y inhaló profundamente. Miraba, asombrado e intimidado, el inmenso océano azul que se expandía a sus pies. No sabría decir cuánto tiempo se pasó mirándolo. Admiraba cómo se mecía, despacio, las olas acariciando la arena de la costa, suaves. Oía la propia respiración del mar, templada, en forma de oleaje. Lo sentía en la piel, en forma de alegre y fresca brisa. Realmente se podría decir que el chico estaba en su elemento.Era ya tarde, y estaba anocheciendo. Su familia descansaba, en sus respectivas camas, del pesado y agotador viaje. Pero él no podía dormir, estaba más despierto que nunca, quería ver el mar, quería sentirlo, ya... Era un manojo de nervios. Las ideas bullían en su cabeza, y una vocecita insistente le incitaba a ir a visitar la playa.

Así que, momentos más tarde, se sorprendió a sí mismo andando, con receloso sigilo, por los oscuros y silenciosos pasillos del hotel. El remordimiento le atenazaba en la nuca, pero las ganas de ver el mar eran mayores e innegables. Con la adrenalina bombeándole en las venas, por todo el cuerpo, y una extraña excitación curvando las comisuras de sus labios, siguió avanzando , despacio y sigiloso, hasta salir del hotel.De vez en cuando miraba atrás, receloso y cauto, incluso con algo de miedo, pero en ningún momento se le pasó por la cabeza la idea de volver al hotel. Ya casi podía respirar el aroma salado del mar...

Él inspiró profundamente, hasta que ya no le cupo más aire en los pulmones. Después, abrió los ojos.El olor inconfundible del mar lo limpió por dentro, como un bálsamo natural. Aquello sí que era paz, pensó, sereno.Se sentó en la arena y hundió los dedos disfrutando de la sensación , despacio . Todavía conservaba el calor del sol, por lo que resultó muy relajante. Su textura suave y grumosa le gustaba.
Tras unos minutos contemplando el horizonte, se levantó y descalzó, y después, comenzó a caminar lentamente por la orilla. El agua tibia acariciaba sus pies, una y otra vez, mientras la arena húmeda se hundía bajo su peso, dejando huellas que, segundos más tarde, el agua insistente  volvía a borrar.
El chico alzó la vista, alarmado. Juraría que había oído un gemido apagado. Le sorprendió bastante, pues creía que estaba solo. Caminó algo más, en estado constante de alarma, hasta que la penumbra le permitió ver de dónde procedía el quejido.En la arena, acurrucada y solitaria, estaba ella. Se abrazaba las rodillas con ambos brazos, y tenía la cabeza hundida en ellas. Parecía no haber visto al chico. Él, conmovido, vio como sus hombros se convulsionaban en rítmicos sollozos, y supo que lloraba. Parecía muy sola.Tímidamente, se acercó a ella, intentando consolarla. Estaba ya a unos pasos de la chica cuando ella alzó la vista de repente, con el rostro contraído en una mueca de miedo. Hizo amago de levantarse, pero fue él el que se apresuró a retroceder, y a levantar las manos en amán conciliador. Un momento después, dijo solamente:-Hola.La chica pareció sorprenderse, y el gesto se le alivió un poco. Tras unos momentos de incertidumbre, finalmente contestó:-Hola.Él sonrió, optimista de nuevo, y se sentó a su lado, aunque guardando las distancias, por si ella se asustaba. La chica lo miraba, sorprendida, pero le dejó quedarse.

Ambos, sentados en la arena, observaron durante un rato la fina línea llamada horizonte, donde el cielo negro, poblado de estrellas, y el mar oscuro, reflejando su brillo, se unían. 
Ya no estaban tan solos.

Así, despacio, él comenzó a hablar, en un intento de animarla. Al principio, ella se mostraba recelosa, algo cerrada, contestando con evasivas. Pero él no parecía rendirse, en un intento constante de alegrarla. Al final, tanto habló, que ya no sabía qué decir, y dijo algo, probablemente algo tonto y un poco desesperado quizá sin sentido, que hizo que ella estallara en carcajadas. Él, sorprendido por su reacción, se la quedó mirando con cara de no entender nada, lo que hizo que ella riera aún más.A él le gustaba su risa. Era fresca y clara, como un arroyo de agua fresca, cantarina, sincera...
 y contagiosa.

Aquel inesperado momento de confusión cambió totalmente el rumbo de las cosas. Ambos adoptaron una conversación ligera y divertida, y, de vez en cuando, volvían a reírse como locos, por lo absurda que resultaba la situación. Ella sonreía fácilmente, con el rostro iluminado, limpio al fin  de lágrimas, y con un nuevo brillo en su mirada. Él estaba feliz, por haberla alegrado un poco.Juntos, disfrutaron de una noche de verano única y especial, y cuando ésta acabó, prometieron seguir en contacto.


El chico seguía mirando el lápiz que bailaba entre sus dedos. Disimuló una risita al percatarse de que ni siquiera sabía el nombre de ella. No se lo llegó a preguntar. Y tampoco habían vuelto a hablar, ya que él había perdido su dirección de correo electrónico, pensó, con una sonrisa amarga.De camino a su casa, recordó una vez más el secreto que sólo ellos dos conocían, su promesa. Nunca lo olvidaría; ni la noche de verano, ni la chica.Y, sonriente, caminó hacia su casa de nuevo, sin saber que en su ordenador le esperaba un mensaje.


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