lunes, 7 de octubre de 2013

Nada.

1-10-2013
Hoolaaa amigoos. Lo que hoy vais a leer es algo que escribí hace unos días, por la noche, al igual que otra entrada, cuyo nombre, irónicamente escrito, es;  Una noche me arrastra al papel .
 En fin. Escribí esto por la noche, pero a diferencia de la entrada que os he dicho, éste lo escribí al despertarme, entre sudores fríos , palpitaciones y respiraciones entrecortados e irregulares.
La verdad es que no pude dormir en lo que quedaba de noche.
El texto explica mi sueño, así que no busquéis lógica, ni ninguna ley del espacio-tiempo, ni nada aplicable a la vida real.
Ya os lo he dicho:
Es un sueño. Sólo éso, un sueño.
No es una historia de las que suelo escribir.
Sólo es un sueño.
Me resulta extraño decir que el texto que viene a continuación  haya salido de mi cabeza de cría de 14 años.

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Nada.

No sientes tu cuerpo, no eres consciente de tí. No sientes la sangre por tus venas, no sientes el suelo bajo tus pies. Ni siquiera sabes si te hace falta respirar o no. Estás liberado de la pesadez carnal.

Tampoco sabes nada.

Miras a tu alrededor. Estás en una habitación, o al menos eso es lo que crees. No sabes cuánto tiempo llevas allí, pues no tienes constancia del tiempo. No sabes si has estado siempre allí, si el universo es así o estás de paso.

Ahora mismo lo único que ves es un rincón de la habitación. Las paredes, el suelo y el techo son de color blanco roto, como sucio, y sin ninguna decoración. La habitación parece un gran cubo gigante. Ahora mismo, proyectada en ese rincón, ves tu sombra titilar, como a flashazos, en contraste con el blanco del fondo.

Empiezas a oír un murmullo apagado y ronco, constante, inquietante e incluso impertinente, como una mosca detrás de la oreja.
Empiezas a girar sobre tí mismo lentamente, examinándolo todo con la mirada, pero sigues viendo paredes y suelos blancos.

Y ninguna puerta.

Extrañado, sigues girando, convencido de que debe haber algo que comunique con el exterior.
Entonces una luz te ciega. Parpadeas varias veces, sorprendido y aturdido. Despacio, tus pupilas se adaptan a la luz y consigues distinguir una forma cuadrara que emite luz intensamente, a intervalos cortos y regulares. La luz que proyecta tu sombra. Entrecierras algo más los ojos, intentando distinguir mejor la fuente de la luz.

Es una televisión.
Es de color oscuro, azul o marron quizá, no lo sabes porque está oxidada. Es antigua, muy antigua, con la pantalla convada hacia delante. Y parece que esté rota, pues lo único que proyecta son píxeles grises que se vuelven blancos, y emite un sonido carraspeante.
Lo que antes oías.
Sigues observando la televisión, cada vez más extrañado, pues no ves por ninguna parte la fuente de electricidad que la mantiene encendida. Justo cuando piensas en acercarte y examinar la televisión, algo se mueve a tu derecha, lo suficiente para que lo veas por el rabillo del ojo.
Conteniendo la respiración y con los ojos muy abiertos por la sorpresa, pues creías que estabas sólo, te giras de repente hacia el rincón de donde proviene el movimiento.

Lo que ves te impacta muy hondo.

Durante unos instantes no reaccionas, con la respiración aún sujeta y los ojos como platos. En lo más hondo de tu interior, una negrura empieza a cobrar forma, como una nube de depresión, que convierte tu corazón en el más sobrecogedor vacío. Sientes cómo tu rostro palidece por el terror, e incluso la tripa se te revuelve.

En el oscurecido rincón, apenas se puede distinguir de la negrura, la figura de lo que parece ser una mujer. Se mimetiza con la oscuridad a pesar de su piel increíblemente blanca, como queriéndose ocultar de algo. Da la impresión de que ella misma ensombrece aún más el rincón, como te ensombrece a tí por dentro. Verla te produce un mar de sensaciones negativas, y quieres apartar la vista, no sabes si por miedo de ella o de lo que causa en tu interior, pero no puedes dejar de mirarla.

Está desnuda, con la piel clara con manchas oscuras. Tiene la piel tan clara y tan fina que parece casi translúcida. La postura en la que está resulta complicada incluso para verla. Está doblada en el rincón en un ángulo extraño, sujetándose las rodillas con ambos brazos y el rostro enterrado entre ellos. El pelo, negro azabache, pero sin brillo, le cae sin vida, mal cuidado sobre todo el cuerpo, tapando la mayoría de éste. Pero lo que ves sigue resultando horrible.
Está tan delgada que da miego verla, y te maravilla el hecho de que esté viva. Las costillas y la cadera se le marcan, prominentes, y las extermidades, casi sin carne, parecen más largas todavía.
La poca carne que tiene le cuelga, flácida y como muerta, de todo el cuerpo.
Observas, con horror, que algunas partes concretas de su cuerpo tienen un tono verdoso y una textura extraña, que te recuerda con un escalofrío a la putrefacción.

Dios mío; piensas.

Cada segundo que pasas mirándola la nube oscura de tu interior crece más, pero también es más difícil dejar de mirarla.
Tras unos instantes examinando a la mujer, caes en la cuenta de que no está quieta. Su cuerpo entero se convulsiona y se agita en exagerados espasmos que asocias con sollozos. Se mueve muchísimo, rítmicamente, pero intranquilo, te percatas de que no oyes nada. Ni la televisión. Nada.
Prestas entonces más atención a tu oído, viendo cómo se convulsiona exageradamente, como si recibiera ataques, intentando oír el más mínimo roce de su pie contra el suelo, o de su pelo contra la piel.

Nada.

Nada oyes.

Nada.

Y, de repente, sus convulsiones cesan súbitamente, y se queda quieta, quieta, sin mover ni ún sólo músculo, como si se hubiera congelado. Quieta, más que una estatua. Ni siquiera aprecias si respira o no.
Y este estado de quietud enciende en tu interior una alerta que dispara el pánico por tus venas.
Y así pasa el tiempo. Pero no sabes cuánto. 

Nada.

De nuevo, nada.

Súbitamente, levanta la cabeza tan rápida y bruscamente que tú apenas lo asimilas. Te preguntas porqué no se ha roto ningún hueso con ese movimiento tan inesperado.
Deja su rostro fijo, hacia tí, mirándote, viéndote, mirándote...
Con horror, fijas tus ojos en su rostro cadavérico.
Se asemeja a una calavera cubierta con un velo finísimo. Gruesas grietas oscuras cruzan su frente, como si de una muñeca de porcelana se tratase. Te horroriza. Su boca sin labios está ligeramente entreabierta, y su nariz blanca está medio descompuesta, cada vez más pequeña sobre su inerte rostro.

Y sus ojos...

Sus ojos...

Al verlos la nube que hay en tu interior crece de golpe, ahogándote hasta el cuello en una depresión sin causa, dificultándote la respiración, haciendo que el corazón lata a destiempo, desigual.
Tienes ganas de llorar, gritar, destrozar, matar, destruir, reducir todo a cenizas y después suicidarte.
Sus ojos son negros. Son ojos negros entero, todo el ojo. No tienne brillo, pero son como un vacío al que nadie se atreve a asomar. Son indescriptibles, reflejan el más absoluto vacío, la más absoluta soledad, el más absoluto miedo. Son como dos agujeros negros que te atraen irremediablemente, obligándote a mirarlos hasta que ellos se te traguen a tí.

Sabes que ella no puede verte, sabes que es ciega, pero también sabes que te está mirando.

Entonces, todo sucede muy deprisa dentro de tí. -tu cuerpo se vuelve terriblemente pesado, corporal y carnal. Te sientes vulnerable, desnudo ante ella y el universo, impotente, pequeño, con el miedo latiendo en tu alma. Se te enturbia la mirada por el pánico, y el suelo parece tambalearse bajo tu pesado cuerpo. No oyes nada. Sólo tu corazón, palpitándote con fuerza, cada vez más alto, cada vez más rápido, más alto, más rápido, más alto...

Más.

Más.
En un intento desesperado de huir, intentas girarte para escapar, pero el cuerpo no te responde, traicionándote una vez más. Devuelves la mirada a ella, que sigue mirándote, con ninguna expresión, transmitiéndote su esencia con la mirada, una esencia demasiado negra como para que tú lo puedas soportar. El pánico y la adrenalina corren por tus venas, crispándote la punta de los dedos y alterándote la respiración.
Entoces, ella se levanta. No se apoya en sus extermidades, ni necesita tiempo. Se levanta como si para ella no hubiera gravedad. Se levanta rápido, de un tirón, y te mira.
Es muchísimo más alta de lo que habías creído. Los brazos larguísimos, con dedos larquísimos y uñas afiladas. Las piernas igual. Y un cuello larquísimo que desemboca en el rostro del terror.

Entonces te percatas de que a vuestro alrededor, el entorno cambia. Las paredes se ensucian, se vuelven viejas, y se el papel que las cubría se desenrolla, cayendo al suelo en el más absoluto silencio, mientras tu oyes sólo tu corazón. Las paredes se agrietan, y te da la impresión de que lo que para tí son segundos para ellas son siglos.

Devuelves tu aterrorizada mirada a la mujer. Pasan lo que parecen horas, hasta que, lentamente, levanta una pierna del suelo y la apoya más delante, dando un paso. Repite el proceso igual de lento, muy lento, tan lento, demasiado lento...

Sigue avanzando hacia tí, frustrantemente lento, exasperantemente lento, condenadamente lento, condenándote a esperar, obligándote, manteniéndote en este estado de máxima exaltación, conteniéndote más, aún más, alargando tu tortura, humillándote, volviéndote loco....

Loco...

Loco...

Con los ojos fuera de tus órbitas y una sonrisa de muerte, tambaleándote sobre tí mismo, y tu alma tintándose de negro, gritas a pleno pulmón, con un grito visceral y desgarrador, con la voz rota por el esfuerzo y el anhelo, y el deseo, y la impaciencia, y la muerte y el caos...
Y la locura.

Gritas: ¡VEN! ¡VEN! ¡YA!

Pero no produces el más mínimo sonido. Y sigues oyendo únicamente tu corazón, golpeándote en los oídos, cada vez más fuerte, más rápido, más fuerte, más rápido.
Has perdido totalmente la cabeza, pero ella sigue avanzando despacio.

Ya sólo un paso os separa, una distantia tan corta, tan corta, y a la vez un abismo insalvable.La ves.
Ella está a tu altura, enfrente de tí. Sólo ves su rostro, a milímetros del tuyo, obligándote a mirar en sus ojos, obligándote a entrentarte a e l vacío que hay en ellos. Torturándote, siempre torturándote.
Entonces, inesperada y bruscamente, su rostro se contrae en la más pura muega de odio y terror. Grita sin producir sonido alguno, grita silencio, silencio que te inunda el alma como una oleada de caos y depresión. Su boca, demasiado abierta, muestra un vacío enorme, y arrugas surcan su rostro cadavérico.
Crees que te vas a desmayar, pero no lo haces. Eso sería demasiada piedad. En lugar de ello, estás más consciente de lo que te ocurre que nunca. Sabes que todo esto es real. Sabes que te está pasando a tí. Es terriblemente real.

Real.

Entonces sientes una fuerte sacudida en tu brazo. Bajas la mirada un momento y compruebas con horror que ella te ha agarrado. Sus dedos de arpía esqueñética perforan tu piel blanda y virgen. Antes de reaccionar, oyes una voz gutural que sólo podría venir del mismísimo infierno, que te devora el alma y te paraliza del terror:

-Ya he venido.

Luego, todo es negro.


Y nada más.

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