Siempre he admirado a los escritores y directores de películas.
Admiro su poder para crear una historia, una sociedad, una vida, una
personalidad única... su capacidad de transpasar al papel los mundos que hay en
sus mentes, entrevesados, cambiantes, incapaces de ser definidos con palabras,
salvo por el escritor, que es como un dios en su mundo, manejando con sus manos
un universo entero, modificándolo a su antojo, a su propia voluntad. Me encanta
leer las aventuras que escriben, imaginarme a los personajes, soñar que soy yo
el que vive sus vidas llenas de aventuras, en vez de mi aburrida vida
cotidiana.
Aburrida... hasta hace unas horas.
Hasta que he descubierto que lo que me pasa no es
normal.
Ni eso, ni mis ojos.
Me masajeo fuertemente el cráneo, intentando en vano
relajar mis crispados nervios. Una sensación surrealista consigue que no me
crea del todo lo que está pasándome, como si fuera un recuerdo de otra persona
que vivió esto, y no yo. Sé que dándole vueltas a este asunto no llegaré a
ningún sitio, que sólo conseguiré confundirme aún más, así que deambulo por la
casa en busca de algo en lo que entretenerme. Intento leer, pero me interrumpo
al ver que he pasado varias páginas sin enterarme de nada. Después enciendo la
televisión en un intento de que oír voces me tranquilice, pero sólo encuentro
programas de cotilleo o publicidad. Por último, me pongo los auriculares al
máximo volumen, algo común en mí, y oigo, sin escucharla, a Adele. Me empieza a
doler la cabeza por el alto volumen, y me los quito. Según mi reloj de muñeca
son las siete. Aún queda bastante para que anochezca, pero en mi pecho bailan
emociones con cada vez más brío. No logro distinguirlas, pues parece que se
enlazan para separarse una y otra vez. Tengo miedo, mucho miedo, pero también
quiero que Nim me aclare todo esto para intentar devolver la normalidad a mis
ojos y a mi vida. Sentado en el sofá, me masajeo el cuello fuertemente. Lo
tengo agarrotado, al igual que los hombros
y la mandíbula. La verdad es que llevan en tensión desde esta mañana, y
ahora me duelen horrores. Dejo caer mis manos y cierro los puños con fuerza.
Apenas siento las uñas clavándoseme y por ello las aprieto aún más. Quiero que
me duela, quiero sentir algo que no sea el pánico y la incertidumbre. No siento
la palma de la mano, pero veo un hilillo de sangre escurriéndose por mi muñeca.
Abro el puño y encuentro mis uñas manchadas de sangre, y cuatro pequeñas
hendiduras en mi carne. Me levanto pesadamente y llego a la cocina. Allí uso
unas vendas pequeñas para envolver mi mano y después las fijo con esparadrapo.
“Ha sido algo tonto clavarte las uñas” pienso. “Ahora todos te preguntarán el
porqué de tus vendaje”. La verdad es que me da igual. Tengo cosas más
importantes en qué pensar. Vuelvo al cuarto de estar y me tumbo de nuevo en el
sofá. Me acerco el reloj al rostro. Las siete y diez. Pfffff ¿Es que no pasa el
tiempo? Entonces veo mi reflejo en el cristal del reloj. Mi pelo oscuro está
completamente despeinado y me cae por
toda la cara. Tengo profundas ojeras que surcan mi pálido rostro. Me fijo en
mis ojos. Mi mirada nunca antes había sido tan profunda, ni tan intensa, ni tan
íntima como ahora me resulta. Observo que siguen girando, lenta e
imperturbablemente, como unos engranajes, como un reloj. Entonces, las
manecillas de mi reloj de muñeca empiezan a vibrar peligrosamente, para después
alterar su rumbo y girar aleatoriamente. Me sobresalto, pero enseguida se me
pasa. Entonces recuerdo que con Twill ha pasado lo mismo. Se ha puesto nerviosa
y ha evitado mirarme hasta que me he puesto las gafas. Me doy cuenta de que mi
mirada perturba, a objetos y animales. Me pregunto si mi familia reaccionará
como Twill, intimidados por mis ojos. Me aparto el reloj de encima antes de que
el cristal me estalle en la cara y suspiro profundamente.
Me acurruco entre los cojines del sofá y me hago un
ovillo. Me sumerjo en un sueño inquieto y poco reparador.
Hace varios minutos que estoy despierto, pero mantengo
los ojos cerrados con fuerza. Por fin, los abro, y me extraña la penumbra en la
que está sumida la habitación. La única luz que captan mis ojos es la de las
farolas, que se filtra por mi ventana creando sombras espeluznantes que bailan
sobre mí. Debe ser muy tarde. Miro el reloj de mi muñeca, pero no hago caso a
las manecillas de su interior, ya que probablemente estén mal por el episodio
anterior, además de... ¿fundidas? Me acerco para comprobarlo mejor y veo que no
me he equivocado. Las agujas están torcidas en un ángulo decadente y hay
pequeñas lágrimas negras sujetas a ellas. Los números del círculo están en el
mismo estado. Me quito el reloj y lo dejo en la mesa. Aparto la mirada de él y
miro el reloj de madera de la pared. Marca las once. Entonces, en un acto
reflejo, bajo la vista a la palma de la mano, donde, algo borroso, todavía se
puede leer “11:30, fuente del paseo”.
Me levanto despacio y estiro mis articulaciones
agarrotadas. En el servicio, observo mi reflejo. Todavía estoy algo adormilado,
pero no me apetece lavarme la cara, así que salgo de mi casa directamente.
Cierro la puerta tras de mí y comienzo a caminar. De repente, me percato de que
no he cogido mis gafas de sol. Me entra el pánico al recordar que no tengo las
llaves de mi casa, y empiezo a rebuscar con desesperación en los bolsillos de
mis pantalones. Al hacerlo, me inclino levemente, y oigo algo golpearse contra
el suelo. Descubro que son mis gafas, que se han escurrido del cuello de mi
camiseta, donde las suelo dejar. Me río delo absurdo de la situación, dejando
escapar una nota de histeria en mi voz, y continúo caminando con las gafas
puestas. Es de noche, y apenas veo a través de los cristales tintados, pero
prefiero eso a que alguien vea mis ojos.
Camino distraído en dirección a la fuente. Tengo la
mente en blanco y no sé qué pensar. ¿Qué me espera allí? ¿Respuestas? Creo que
es lo que ansío, pero, aún así, me da miedo descubrir la verdad, si es que Nim
la sabe. En ese momento, me doy cuenta de que el único sonido que oigo es el de
mi corazón, que golpea mi pecho, como si me impulsara a avanzar, cada vez más
rápido y con más potencia, palpitando emoción. Siento la adrenalina en mis
venas, que avanza rítmicamente, llegando hasta la punta de mis dedos,
invitándome a moverlos de manera nerviosa, para liberar la energía acumulada en
ellos.
He llegado a la fuente. Se me cae el alma a los pies
al verla vacía, solitaria. Me acerco a ella sin saber qué hacer. Me ha dado
plantón. ¿Debería irme? Decido esperar, aunque no se bien por qué. Mientras
pienso, fijo mi mirada en los barrotes que rodean la fuente. El metal está
oxidado y viejo. Me concentro en él, y puedo sentir cómo en mis globos oculares
se reúne el calor y la energía de mi cuerpo, y casi puedo sentir mi iris
brillar. Me he quitado las gafas sin darme cuenta, y ahora, entre el metal y mi
mirada no hay nada. Reúno mi desesperación, mi ira y mi rabia en mi pupila, y
sigo observando el metal. Y veo justo lo que quería ver. La zona que estoy
mirando se ilumina lentamente hasta ponerse de color rojo vivo, mientras yo
siento el calor que desprende. Después, el metal empieza a hundirse hacia
abajo, derritiéndose. Algunas pesadas gotas caen despacio al suelo, produciendo
un sonido característico del choque del frío y el calor, como cuando pones una
sartén ardiente debajo de un grifo. No contento con la reacción del metal, sigo
mirando, con ira, hasta que la sustancia líquida, que ha caído al suelo,
empieza a burbujear. Sonrío para mis adentros, y éste movimiento físico me
recuerda que estoy en medio de la plaza. Petrificado, parpadeo repetidas veces
y me levanto despacio, procurando que nadie vea lo que hay a mis pies. Cuando
voy a girarme, descubro unos zapatitos negros a mi lado. Me sobresalto, y, de
inmediato, me ruborizo, incapaz de mirar a Nim a la cara.
-¿Es la primera vez que lo haces?-Pregunta ella
examinando mi destrozo. Asiento tímidamente, lo cual desconcierta a Nim. Me mira,
pensativa, y susurra, más para sí misma que para mí.- Nadie ha liberado nunca
tanta energía la primera vez.
Levanto despacio la mirada, y me topo con la suya. Se
me ha olvidado qué estoy haciendo aquí. Me agarra la mano con una firmeza
sorprendente y tira de mi brazo a un rincón alejado de la luz de las farolas. Una
vez en las sombras, descubro que sus ojos irradian una luz muy débil, pero que
permite que sepa dónde está ella. Abro la boca para decir algo, pero me
interrumpe:
-Usher, estamos en peligro. Ellos detectan la magia, y
tú los has llamado.-Al instante comprendo que se refiere a mi demostración con
los barrotes fundidos.-Tienes que venir conmigo. Ahora.-Sus ojos se me clavan y
sé que lo dice en serio, aunque no la entiendo bien.
-¿Qué? ¿Adónde? ¿Y mi familia?- Desesperado, espero que
responda que no pasa nada, que me puedo quedar en casa y que me olvide de todo
esto. Pero sé que no es eso lo que responderá.
- A Karelia. A nuestra casa.
Algo en mí se desata. Esa palabra ha abierto una
puerta en mi mente que nunca había sido abierta, que ni siquiera sabía que
existía. Unas imágenes borrosas pasan fugazmente por mi mente. Son recuerdos.
Lo sé. Empiezo a ver puntitos negros y
se me desenfoca la visión. Una sensación de vértigo me invade, como si el suelo
no encajara con mis pies. Noto el latido de mi corazón en mi cabeza, al
recordar el nombre… ese nombre… Karelia.
Siento una punzada añoranza en mi corazón y mis oídos
me zumban cada vez más fuerte. Doy unos pasos atrás y veo a Nim sujetándome al
caer, susurrándome una palabra que no entiendo, y me desvanezco.
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