lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo 6: Una mirada violeta.

Cuando abro los ojos veo que mi habitación está inundada de luz. Parpadeo varias veces antes de levantarme. No oigo las voces ni los ruidos usuales de mi familia, por lo que deben estar dormidos, aunque, con tanta luz no debe ser muy pronto…

Me incorporo en la cama para calzarme, y noto un dolor pesado en todas mis articulaciones. Tengo los músculos agarrotados, y la piel ardiente, sudorosa y asombrosamente sensible, como si me hubieran frotado por el cuerpo un estropajo. Extrañado, decido ducharme, a ver si se me pasa. Camino lentamente hacia el servicio. No he pasado buena noche. Entro y cierro la puerta tras de mí.

 Me giro y observo mi reflejo en el impoluto espejo. Tengo el pelo alborotado pegado a la frente, el rostro cansado, y los ojos  rojos, hinchados y...¿brillantes?

Me brillan los ojos más de lo normal, y, aunque están hinchados, parece que los tengo más grandes. Inquieto, me inclino y me observo, más de cerca.

Y me da un vuelco el corazón. Cierro los párpados con fuerza y camino hacia detrás, hasta que mi espalda, magullada y caliente, choca con la fría pared, haciendo que se me corte la respiración. Lo primero que pienso es que no es real, que la luz habrá hecho que vea el color de mis ojos violeta en lugar de azul. Sí, seguro que es eso. Temblando, me acerco despacio al lavabo y me echo agua fría en la cara, con la mirada baja. Después, lentamente, levanto la vista hacia el espejo... y me encuentro con un par de ojos violetas. Me quedo paralizado, observando mis ojos. Estoy aterrado, quiero apartar la vista, pero el color me resulta casi hipnótico. Mi nuevo iris está compuesto por diminutas líneas de todas las tonalidades de violetas que existen. Son como pequeñas pinceladas de color, aplicadas minuciosamente para que resulte imposible apartar la mirada de ellas. Sigo mirando atentamente, y  descubro con horror que los trazos se mueven. Casi inapreciablemente, mi iris rota como un reloj, como un engranaje, latente, vivo, constante, diseñado para ser perfecto.

Me flojean las rodillas, y el servicio me da vueltas, y se me hace insoportable estar allí un solo segundo más. Salgo dando trompicones al balcón y me apoyo como puedo en la barandilla. Mi boca respira, con dificultad, absorbiendo todo el aire que permiten mis pulmones, como si el aire mismo pudiera borrar todo lo que acabo de ver. Una sensación de surrealismo me aplasta, y sin embargo sé que es real. Miro a todos lados, buscando alguna variación en mi  visión, pero todo se ve igual. Busco también algún rastro de dolor en mis ojos, como el de mis articulaciones, pero no encuentro nada más que una agradable sensación cálida que me reconforta. Noto que comienza en mis globos oculares, y se extiende por mis nervios, relajándome un poco. Sin embargo, no he parado de sudar en ningún momento, y compruebo que sigo necesitando una ducha. Me pongo en pie despacio y camino con la mirada baja hacia el servicio. Evito mirar mi reflejo en todo momento, y me meto en la ducha. Giro el grifo a la zona más caliente y noto cómo el agua acaricia mi cuerpo, abrazándome. Me paso varios minutos bajo el chorro caliente, con la mente en blanco.
Salgo de la ducha, despacio. Me alivio al comprobar que el espejo está totalmente empañado, por lo que apenas puedo distinguir la forma de mi cuerpo, y mucho menos el color de mis ojos. Me froto el cuero cabelludo con una toalla, suavemente, masajeándome el cráneo. Después me seco el cuerpo y voy a mi habitación. Evito pensar en nada, ya que cualquier cosa derivará mis pensamientos a mis ojos. Me visto con unos vaqueros oscuros y una camiseta. Abajo, en el cuarto de estar, encuentro una nota de mis padres. “Usher, mamá, Clyre y yo hemos salido a comer a casa de los tíos. En el frigorífico tienes puré del que te gusta. Volveremos al anochecer.” Es la letra de mi padre. Me invade un inmenso alivio. Nadie debe saber lo de mis ojos.
Lo último que necesito es estar solo con mi mente y mis pensamientos, así que decido sacar a mi Pastor Alemán  a dar una vuelta. Twill, mueve su cola alegremente cuando me acerco a él para ponerle la correa, pero, cuando voy a acariciarle la cara, baja la cabeza. Sorprendido, le cojo del hocico y le levanto la cara, y en sus ojos de animal puedo ver el terror, mezclado con mis ojos violetas. Twill empieza a gemir y lucha por escapar de mi mano, así que lo suelto. Estoy confuso. Dejo de mirarlo, y parece que se tranquiliza. Le doy unas palmadas en el lomo y salgo a la calle. Me pongo mis gafas de sol, que hoy tienen una función distinta a la normal. Son opacas para quien me mire, por lo que nadie podrá ver mis ojos. Caminamos hasta la plaza del pueblo, donde me detengo en un banco para descansar un rato. Twill se tumba a mi lado, cansado. No hay nadie en la plaza salvo nosotros, así que me quito las gafas de sol. Examino las piedras del suelo, y, dejando volar mi pensamiento, termino preguntándome cuál será su origen. Entre ellas hay de todo; desde colillas hasta envoltorios de chicles. Trato de imaginarme el suelo limpio, sin basura. Qué bonita estaría la plaza sin estos desperdicios. Árboles altos, una fuente en el centro, los bancos en condiciones... Me pregunto qué pasaría si la gente se diera cuenta de que ensuciar nuestro pueblo sería como tirar piedras a tu propio tejado. No se qué pasaría, y nunca lo sabré, porque nunca se darán cuenta, pienso con un suspiro. De repente, entre las piedras del suelo aparecen unos zapatitos negros. Subo la mirada lentamente. Vestido sencillo, cuerpo menudito, pelo larguísimo color caoba... Y entonces cometo un grandísimo error; levantar la vista. Ella lleva unas gafas de sol enormes, que le tapan casi toda la cara, por lo que veo poco más de lo que vi en el Grupo Juvenil. No me da tiempo a fijarme en nada, porque bajo la mirada rapidísimo, y rezo por que no haya visto mis ojos. Me pongo las gafas de sol apresuradamente y, temeroso, levanto la mirada. Esta vez sí que tengo ocasión de fijarme en su cara. De repente, no sé por qué, siento una gran tranquilidad. Pero la curiosidad aún no ha acabado. Su rostro es redondito y pálido, adornado con unos labios rosados finos, que están abiertos y tiemblan. Creo que ha visto mis ojos. Me levanto y ella da un paso atrás. Le ofrezco la mano, y después de dudar, me la estrecha con suavidad. Es blanca como el marfil y fría como el hielo.
-El otro día te vi en el Grupo Juvenil- Comienzo. Ella asiente levemente.
-Usher... ¿verdad?-dice en un susurro.-Yo soy Nim. Encantada.
La miro atentamente. No sonrío. Tengo la boca abierta para decir algo, pero no me salen las palabras. Sé que ha visto mis ojos, pero no sé por qué actúa como si nada. Agacho la cabeza. Estoy en blanco. Entonces, Nim me toca en el hombro casi imperceptiblemente. Alzo la cara y me topo con una mirada de color violeta.
Mi pecho estalla y pierdo la capacidad de respirar. El rostro de la chica está a pocos centímetros de mí. Se ha quitado las gafas que ocultaban el color de sus ojos, violetas. Tienen unas pestañas infinitas sobre ellos. Sus globos oculares  son de un blanco perfecto; salvo sus iris, claro, que son idénticos a los míos, incluso giran de manera impoluta. Cuando quiero darme cuenta me he quitado las gafas.  Me quedo mirándola, a sus ojos, inmerso en ellos. Me olvido de Twill, de la plaza, del mundo entero para centrarme en ella. Su rostro transmite calma y serenidad, mientras que yo estoy desorientado y asustado. Ella me mira de manera profunda, y sus labios articulan una palabra que no logro entender. Nim se pone las gafas. Después cierra su mano en torno a la mía, y la acerca a mi rostro. Quiere que me ponga las gafas. Obedezco sin rechistar. De repente, Nim gira la cabeza bruscamente hacia atrás, alarmada. Me suelta la mano y me mira, asustada. Ladeo la cabeza. ¿Qué pasa ahora? Nim se mete la mano en el bolsillo deprisa, saca un bolígrafo y agarra mi mano con desesperación. Después garabatea sobre mi palma: “11:30, fuente del paseo”. Lo ha escrito tan rápido que resulta casi ilegible. Nim me mira por última vez:
-Ven.
 Y se marcha, con el sonido de sus zapatitos contra el asfalto, apresuradamente.
Tranquila, Nim. Pienso para mí. Iré. Iré y me explicarás esto. Iré y me explicarás todo.
Miro por última vez la palma de mi mano, y, apretándola con firmeza, vuelvo a casa, a diferencia de Nim, sin volver atrás la mirada.


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