Aquel día yo estaba muy cansada.
Mi cumpleaños había resultado ser un completo éxito, y todo parecía sonreírme
por primera vez desde que me mudé. De camino de vuelta a casa, en el autobús
escolar que me llevaba, comencé a pensar. Desde que me mudé a Brighton mi vida
había sido un desastre. Empezar una nueva vida, desde cero, abandonar a mis
amigos de Liverpool, dejarlo todo atrás, todo lo que yo era… Me había costado
parte de mi persona, y había tardado meses en superarlo. Pero ahora, por fin, parecía
que la vida me sonreía. Tenía amigos, mi media académica era de las más altas
de la clase, sonreía cuando me veía en los espejos y por una vez en la vida,
era correspondida.
Miro para atrás. En el penúltimo
asiento está él. James. Un ídolo adolescente, el más popular, social y
absolutamente genial chico del instituto. Siempre tan sonriente, divertido,
ingenioso. Con sus ojos azules y su pelo dorado, con sus dientes blanquísimos y
su dulce sonrisa. Ah. Y es mío. No podía ser más feliz que en aquel instante.
En ese momento James me mira, y
me sonríe ampliamente. Deja a sus amigos atrás y avanza hacia mí, con su mirada
enternecedora, sus dulces y cálidos abrazos… ah… Mi James.
-¿Qué tal estás pasando tu
cumpleaños, princesa?-Me dice con su sonrisa pícara, pasando un brazo por mi
cintura.
-Te he dicho cien veces que no me
llames así, asqueroso.-Digo, pero apenas me deja acabar, me besa suavemente en
los labios, acariciando mi rostro con su mano, mientras con la otra me sujeta
por la cintura.
Y de repente, comienza a hacerme
cosquillas. Mi risa, suave y limpia, inundó el autobús, mientras mis amigas y
los amigos de James se arremolinan alrededor de nosotros, comentando cosas
grotescas. Pero a nosotros no parece importarnos.
-Cathy me ha invitado a su fiesta
el sábado. ¿Vendrás?- Me pregunta James, con un brillo de deseo en la
mirada.-Me ha dicho que sus padres no están, y que podemos utilizar su
habitación para lo que queramos… ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
Me inunda una sensación de
nerviosismo, de placer y de deseo. Agarro a James del cuello, mientras se
incorpora de encima de mí, y le susurro al oído: -Será mi regalo de cumpleaños.
Noto su sonrisa en mi nuca,
mientras me da un cachete en el culo y me levanta.-Venga, princesa, hemos
llegado a tu castillo.
Le miro por última vez y le guiño
un ojo, sonriéndole con travesura. Me despido de mis amigas y salgo del autobús
con la sonrisa de una triunfadora.
Suspiro y cierro los ojos antes
de entrar en casa. Ojalá pudiera parar la vida en este momento, congelar el
mundo, y ser siempre así, feliz, joven, con una vida social que jamás hubiera
soñado tiempo atrás y un futuro brillante por delante.
Abro los ojos y toda esa realidad
me cae encima como una losa de cemento.
Decenas de cajas se amontonan en
la puerta de mi casa, un camión a mi derecha al que están subiendo muebles dos
hombres fuertes, que me ignoran y continúan su labor. Mi casa, de par en par,
desnudándose poco a poco. Yo ya había vivido esto antes, y los recuerdos que me
trae no son precisamente buenos.
Dejo caer mi mochila tras de mí y
entro corriendo por la puerta, ya abierta. En la cocina encuentro a mis padres,
y a mi hermano mayor, sentados en la mesa. Sus ceños están fruncidos, pero a mí
eso no me importa. Me la sudan sus problemas de dinero, sociales, o cualquiera
de sus mierdas sin resolver. No puedo dejar que eso vuelva a destrozar mi vida
también, no otra vez.
-¿Qué se supone que es esto, mi
regalo por los 17?- Grito a mi familia,
que me mira como sin verme, asustados por mi reacción. Enseguida, mi madre
intenta tomar la palabra.
-Sam, cielo, de verdad que no era
nuestra intención hacerlo, pero hoy ha venido el abogado del banco a hablar con
tu padre, y …
-¡No!- Me dejo los pulmones en un
grito desesperado.- ¡No podéis volver a hacerme esto! ¡No tenéis derecho a
arrebatarme mi vida! ¡Otra vez no!
Mi hermano, con los ojos
hinchados y el rostro cansado, levanta su mirada hacia mí, y extiende sus
brazos, para abrazarme. Pero yo no quiero sus abrazos. ¿Quién se ha creído?
¿Piensa que puede consolarme con un abrazo, como a los niños pequeños? Un
abrazo no rehará mi vida, no me dará lo que quieren quitarme.
-Sam, Sam, nosotros tampoco
queremos eso, sabemos lo que duele…
-¡Me da igual que lo queráis o
no! ¡No hay derecho! ¿Qué sabéis lo que duele? ¿Creéis que sabéis lo que duele?
¡Vosotros no tenéis ni idea! ¡No sabéis nada! ….-apenas me salen las palabras
de la garganta, y arrancarlas desde la furia me hace hervir la sangre. Esto no
puede estar pasando.- …¡Nada! ¡No sabéis nada!
Miro a mi familia a los ojos, a
mi padre, con su mirada angustiada y cansada, a las arrugas de mi madre,
arrugas del esfuerzo de mantenernos, y a mi hermano, como un anciano en un
cuerpo joven. Y por un segundo veo que mi realidad no era tan perfecta, que
detrás de todo eso había algo más, algo que siempre me han ocultado, algo que
hasta ahora no había visto, o que no había querido ver.
Las lágrimas luchan por salir de
mis ojos, pero no puedo permitirme llorar. No seré débil como ellos. Les
demostraré que no lo soy…. O, al menos, no dejaré que vean que en realidad lo
soy.
Corro escaleras arriba y me
encierro en mi habitación, agarro un cojín de mi cama y lo aprieto contra mi
rostro, y grito.
Grito como nunca he gritado.
Grito de frustración, de ira, de miedo, de odio, de impotencia. Ya no importa.
Sólo dejo salir eso que llevo dentro, eso que estaba tan escondido que casi lo
había olvidado, eso que llevaba evitando desde que llegué a Brighton. Eso que realmente
nunca se fue.
Me dejo caer apoyada en mi
puerta, hasta quedar sentada en el suelo. Abrazo mis rodillas con mis brazos y
hundo mi cabeza en ellos. Las lágrimas acumuladas brotan, sin vergüenza alguna,
lágrimas que llevaba enmascarando y reteniendo mucho tiempo.
No quiero abandonar esto. No
quiero dejar mi vida atrás otra vez, no quiero tener que enfrentarme a una vida
nueva desde cero. No quiero ser una desconocida de nuevo. Duele. Duele mucho.
No sé si pasan horas o minutos en
mi rincón. Pienso en mis amigos, mi familia, en James. Ellos son mi vida, son
lo que he construido encima del recuerdo de mi anterior yo. ¿Tengo que
volver a destruirlo? ¿Volver a empezar
de cero? ¿Por qué?
Cuando levanto la vista, mi
cuerpo está entumecido, encogido en sí mismo, y me duele la cabeza de llorar.
Me veo a mí misma reflejada en el
espejo de cuerpo entero de mi habitación. Mi pelo negro, largo y frondoso, mis
ojos claros, ahora rojos e irritados. Mis labios resecos y rotos, con un amargo
sabor a sal por las lágrimas. Mi vida está rota. Destruida de nuevo. No puede
ser verdad.
Simplemente no puede ser verdad.
Esto tiene que ser un sueño. Tiene que serlo.
Solo es un sueño.
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