Araño la pequeña mesa cuadrada en la que estoy sentada con
mi bolígrafo Bic, distraída y empequeñecida en mi silla, en un rincón de mi
clase. Mi nueva clase.
Noto todas las miradas sobre mí, mientras el profesor pasa
lista. Pero no me importa. No siento ninguna intención de mostrarme simpática,
sociable y mucho menos agradable. Esta vez no voy a darle a la gente lo que
quiero. ¿Para qué esforzarme en socializar si en unos meses volveré a marcharme?
Pongo los ojos en blanco.
Que le jodan.
-Blade.- Oigo que me llama el profesor, pero no quiero
escucharlo. No levanto la vista si quiera. – Blade, Samantha Blade.-levanta el
tono.
Levanto la mirada con pesadez y sarcasmo, y me obligo a
responder.- Presente.
-Blade, en mi clase se sentará según el orden de lista. –Lo que
me faltaba, compartir asiento.-Y por lo que veo, usted es el número cinco, así
que deberá sentarse justo ahí,-dice, señalando un asiento vacío unas filas por
delante de mí, al lado de una chica que me mira sin disimulo, con la cara poblada
de pecas.
Paso unos segundos mirando al profesor, sin verlo. Al final,
me rindo, y con pesadez, y siendo el centro de todas las miradas, me cambio de
sitio, no sin antes dedicar una sarcástica sonrisa al profesor.
Éste sigue con su clase, ignorándome por completo. Yo vuelvo
a entretenerme con mi bolígrafo Bic durante las tres horas siguientes, sin que
los profesores noten apenas mi presencia.
Suena la alarma del recreo, y mis compañeros salen
apresurados de clase, sin apenas mirarme, aunque no falta el típico baboso que
te repasa con la mirada, de arriba abajo, y se relame. Baboso al que por
supuesto, correspondo con mi bonito dedo corazón por delante.
J
usto cuando pensaba que todos se habían ido, e iba a sacar
mi teléfono con disimulo, un ruido detrás de mí hace que me gire.
Mi compañera pecosa está ahí atrás, con su mirada fija en
mí, y una estúpida e inocente sonrisa que casi me da arcadas.
-Hola Sam- Me saluda. Y me asquea solo la manera en que
pronuncia mi nombre - .Te veo algo sola, ¿te apetece venir conmigo a la
cafetería? Puedo enseñarte las instalaciones, y presentarte chicos, en este
instituto no hay un gran catálogo, pero seguro que…
-Samantha, por favor.-La interrumpo.- Llámame Samantha.-No
podía seguir oyendo “Sam” en boca de alguien que no fuera de mi vida en
Brighton. –Y no, gracias, no necesito una ONG, puedes irte.
La chica pecosa parece algo decepcionada, pero la decisión
en sus ojos no se muere.-Venga, Samantha, ven.-Al ver que no me muevo, planta
los brazos en mi mesa y se inclina hacia mí.-Me he propuesto que seas mi nueva
amiga, y lo serás.-Ante esta ridiculez, intento ocultar una sonrisa medio
sarcástica medio de tristeza, pero una sonrisa. La pecosa lo nota, y saborea su
victoria.-Además, no sé si sabrás que está prohibido quedarse en clase durante
el recreo…
~~~
-Así que Brighton.- Asiente mi
nueva compañera, la pecosa Ana.- He oído maravillas de ese sitio, dicen que los
tíos están para comérselos… -Siento unas ganas irresistibles de decirle que hay uno que
no, que hay uno que está pillado, que es mío. Pero me contengo. James ya no es
mío. –Pero bueno, aquí tampoco están del todo mal. ¿Has visto alguno que te
interese ya? Te recuerdo que soy una estupenda Celestina, solo escoge al que te
guste y te lo consigo en un par de días…
Esta charla me parece de lo más
estúpida y vulgar que he mantenido en mi vida. Hablar sobre chicos, después de
todo lo que he pasado, a quién se le ocurre. Pero, de repente, un rostro cruza
por mi mente, cogiéndome por sorpresa.
-Oye, Ana, sobre eso de los
chicos…-Noto toda su dispersa atención centrarse en mí, con la curiosidad casi
brotándole de los ojos.
-Suéltalo.
-No, no es nada, solo quería
preguntarte si conoces a un chico que vive cerca de mí, es que no lo he visto
por aquí en todo el día.
-¿Nombre?
-No lo sé… -Digo, bajando la
mirada, avergonzada. A quién se le ocurre.
-Pues entonces vamos bien, chica. A ver, descríbemelo un
poco. Edad, ropa, carácter, ¿hablaste con él? Dicen que las primeras palabras
dicen mucho de un chico.
-Sí, bueno, pelo largo y negro,
paliducho, desgarbado… tenía los ojos oscuros. Llevaba la capucha puesta,
converse, hm… parecía tener nuestra edad.
-Unos diecisiete, entonces… hm.
No sé, niña.-Ana se queda un rato pensativa, y no puedo evitar imaginármela
buscando al chico entre miles de informes amontonados en archiveros, carpetas
con nombres e imágenes, como la cotilla que parece ser. Intento ocultar una
risita. –Ya sé, ¿fuma?
-Me ofreció fuego con el mejor
Jack Daniel’s que he visto en mi vida.
Ana parece un momento pensativa,
después, su rostro palidece y una sombra pasa por su mirada.
-¿Ana? ¿Qué pasa? ¿Lo conoces?- Era
obvio que sí, pero su reacción era inquietante.
-Samantha, escúchame,- dijo, con
una mirada de preocupación.- Ese chico no viene al instituto, ni lo verás en
ningún sitio donde haya gente, ni de día. Ni siquiera tiene diecisiete como
nosotras, tiene diecinueve. Es muy importante que te alejes de él, ¿vale?
Atónita, y sin comprender, no soy
capaz de pronunciar palabra alguna, salvo una exclamación de sorpresa:
-¿Qué?
-Tú solo hazme caso. No hables
con él, evítale, y haz como si nunca lo hubieras conocido.
Comienza a asustarme su reacción,
pero decido hacerla caso y zanjar este tema, aunque la curiosidad me come por
dentro.
-Vale, vale, lo pillo.
-Samantha, de verdad. Y, por encima
de todo, no dejes que sepa tu nombre.
Esto último me confunde, pero
asiento con seguridad fingida mientras suena el timbre de clase y Ana, de
vuelta en su inocencia y simpatía, me arrastra de la camisa a nuestros pupitres
entre el gentío.
~~~
A la salida de clase, Ana me
acompaña hasta la puerta de su casa. Allí, me da dos besos.
-Ha sido un placer, Samantha,
espero que seamos amigas mucho tiempo.- Su aspecto de niña buena ya no me
incomoda tanto, incluso me transmite paz y se me contagia su inocencia. Le
sonrío, o al menos lo intento, y antes de que entre en su casa, le digo:
-Oye, Ana, no hace falta que me
llames Samantha. –Me mira, confusa.- Quiero decir… Sam está bien. – El rostro
se le ilumina y sonríe abiertamente, después, se despide con un movimiento
tímido de manos y cierra la puerta tras de sí.
Llego a mi casa tras un día
agotador, y entro en ella, no sin antes mirar a ambos lados, solo por ver si el
chico encapuchado está por algún sitio. Me decepciona, y a la vez me
tranquiliza, ver que no, y me planteo lo que antes me dijo Ana. Quizá sea
cierto lo que dicen de él, que no sale durante el día, que es peligroso. Y
vale, es cierto que ese era su aspecto, (al menos antes de sentarse a hablar
conmigo en el banco aquel), pero, ¿Cómo podía ser tan peligroso como para
asustar tanto a alguien como Ana? Sin quererlo, acabé pensando en él, justo lo
que le había prometido a mi amiga que no haría, y mi curiosidad no hizo más que
crecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario